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Voto de Jordirozsa:
4
Thriller
Una familia trata de reconstruir sus vidas cuando sus hijas son liberadas de una institución. Piloto de una serie que nunca recibió luz verde. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2022
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A quienes conozcan cómo funciona el mundo del audiovisual, concretamente el de la producción de series y largometrajes, y varios aspectos en la evolución de los criterios y «modus operandi» de cadenas de televisión, plataformas digitales, o corporaciones y empresas del ramo, de variado tamaño, no les costará percatarse de que esta pieza de dos horas no es una película en sí misma (ay, de los que pretendan que así sea!), sino que constituye la prueba piloto de una miniserie que tendría que haber constado de un par de temporadas, como mínimo, compuesta cada una de ellas por unos 6 o 7 capítulos.
Según un artículo de Cindy Mc.Lemann, publicado el 5 de febrero de 2016 en tvseriesfinale.com, USA Network decidió no seguir adelante con la producción de la serie que debía proseguir a esta cinta de 120 minutos, creada por Silka Luisa, quién también firmaba el guión, y cuya dirección estaba a cargo de Ciarán Foy. Tim Kring, creador y escritor de otras series como «Strange World» (1999-2002), «Crossing Jordan» (2001-2007), «Heroes» (2006-2010), «Heroes Reborn» (2015-2016)… era su productor ejecutivo, rol que también desempeñó en varias de ellas.
El proyecto era una iniciativa de UCP (Universal Content Productions) para abastecer a las redes de televisión por cable de la NBCUniversal, incluidas USA y Syfy, para impulsar un volumen de series a una tarifa de licencia más baja a las redes, a través de un modelo, que implicaba que UCP complementaba el presupuesto de los espectáculos a través de la financiación, y de colaboraciones con redes internacionales y acuerdos SVOD (p.e. Netflix o Amazon Prime Video). El caso es que, de un modo u otro, el invento se fue al carajo, y todo quedó en agua de borrajas.
Generalmente, y más de uno quedaría sorprendido por ello, tan sólo una pequeña proporción de la multitud de pruebas piloto que se entregan, consigue prosperar y convertirse en una serie completa. No nos podemos llegar a imaginar la de ilusiones frustradas, propuestas rechazadas, guiones desechados, presupuestos recortados o directamente desestimados, que se han quedado en cajones de despachos, discos de memoria, blocs de notas … y por supuesto desaparecidos de la memoria de la mayoría de mortales, o ni tan siquiera han visto un atisbo de luz. Condenados a la oscuridad del olvido para siempre.
Jamás sabremos de ellos, y lo precisamente raro es que este boceto inconcluso llegase a las plataformas digitales de exhibición audiovisual, i aún todavía pulule por las redes, para desconcierto, y en algunos casos enfado, de algunos que han tenido la curiosidad, han sentido el deber u obligación, o la casualidad de verlo. No hay que maravillarse ni escandalizarse, en absoluto, de que el visionado de «The Wilding» acabe en un sin sentido, algo que claramente está incompleto, a menos que algunos serven la vaga esperanza de que alguien comprara los derechos y tuviese la suficiente pasta para terminar esta obra, ya no acabada, sino a medio empezar.
Meterse a indagar por «interné» los intríngulis por los que se decidió no seguir con la faena, sería una pérdida de tiempo; algo absolutamente carente de interés, hasta para los amantes del cotilleo. Básicamente, porque a los empresarios implicados, si no les importa un comino la cantidad de mortadelos invertidos en infinidad de planes concebidos que han acabado en una papelera (ya recuperarán la guita con los que vayan adelante, sean nuevos o refritos de los excluidos), menos les interesará la reacción del público (fácilmente desmemoriado), al que ya le colarán otra versión de lo mismo en otra temporada, y en otro espacio (al final, las ideas siempre se repiten).
Otra cosa sería, como en el caso de la serie «The Wilds», cancelada por Amazon después de la segunda temporada, dejando a la serie sin final, en pleno «cliffhanger»; o la serie bíblica A.D., que fue fulminada por Netflix al final también de la segunda tirada, dejando la historia sin terminar. En ambos casos, las consecuencias de dejar a los espectadores sin continuidad después de ya varios capítulos, ya no son las mismas en lo que se refiere a los efectos sobre la expectativa de la audiencia y sus más o menos coléricas respuestas ante ello, pero a las productoras les sigue sin importar un pepino.
Hay que desengañarse y ser conscientes de que lo que rige el mercado del cine, la televisión y, en general, la industria audiovisual, son los criterios económicos, comerciales, y aquellos por los que se rigen los organigramas de las empresas del ramo, y las cambiantes políticas a las que están sometidas según los que estén al frente de las mismas. Hay que tener en cuenta, además, que si la financiación viene de corporaciones ajenas, el destino de cuyas inversiones es cambiante e imprevisible, puesto que sólo van a ganar dinero, no les interesa para nada el producto en el que han invertido su capital. En mayor o menor medida, siempre ha sido así.
Son contadas las veces en las que el cine como obra de arte, como objeto de ocio o entretenimiento y como artículo comercial, van de la mano. Con lo salvaje que se ha puesto el mercado, y el sistema económico a nivel global, más difícil todavía que en el mundo de las películas y de las series exista este nivel de compromiso en la triangulación obra – artista - público. Prima el interés de la empresa, y ésta no tiene ningún escrúpulo en lo que se refiere al artículo y a quien éste va destinado o dirigido. Y si lo tienen en cuenta, es justamente para cebar lo más posible el ingreso (o evitar una mayor pérdida, que podría suponer el fin de la firma).
De modo que la estructura narrativa que desarrollan los guionistas está condicionada por los dictados del mercado, las dinámicas estructurales y funcionales de productoras, distribuidoras y exhibidoras, y, cómo no, por ideologías políticas, «lobbies» sociales y modas de turno, que en cualquier momento pueden dar al traste con una película o serie, sean éstas concebidas para la televisión o para una plataforma digital.
Según un artículo de Cindy Mc.Lemann, publicado el 5 de febrero de 2016 en tvseriesfinale.com, USA Network decidió no seguir adelante con la producción de la serie que debía proseguir a esta cinta de 120 minutos, creada por Silka Luisa, quién también firmaba el guión, y cuya dirección estaba a cargo de Ciarán Foy. Tim Kring, creador y escritor de otras series como «Strange World» (1999-2002), «Crossing Jordan» (2001-2007), «Heroes» (2006-2010), «Heroes Reborn» (2015-2016)… era su productor ejecutivo, rol que también desempeñó en varias de ellas.
El proyecto era una iniciativa de UCP (Universal Content Productions) para abastecer a las redes de televisión por cable de la NBCUniversal, incluidas USA y Syfy, para impulsar un volumen de series a una tarifa de licencia más baja a las redes, a través de un modelo, que implicaba que UCP complementaba el presupuesto de los espectáculos a través de la financiación, y de colaboraciones con redes internacionales y acuerdos SVOD (p.e. Netflix o Amazon Prime Video). El caso es que, de un modo u otro, el invento se fue al carajo, y todo quedó en agua de borrajas.
Generalmente, y más de uno quedaría sorprendido por ello, tan sólo una pequeña proporción de la multitud de pruebas piloto que se entregan, consigue prosperar y convertirse en una serie completa. No nos podemos llegar a imaginar la de ilusiones frustradas, propuestas rechazadas, guiones desechados, presupuestos recortados o directamente desestimados, que se han quedado en cajones de despachos, discos de memoria, blocs de notas … y por supuesto desaparecidos de la memoria de la mayoría de mortales, o ni tan siquiera han visto un atisbo de luz. Condenados a la oscuridad del olvido para siempre.
Jamás sabremos de ellos, y lo precisamente raro es que este boceto inconcluso llegase a las plataformas digitales de exhibición audiovisual, i aún todavía pulule por las redes, para desconcierto, y en algunos casos enfado, de algunos que han tenido la curiosidad, han sentido el deber u obligación, o la casualidad de verlo. No hay que maravillarse ni escandalizarse, en absoluto, de que el visionado de «The Wilding» acabe en un sin sentido, algo que claramente está incompleto, a menos que algunos serven la vaga esperanza de que alguien comprara los derechos y tuviese la suficiente pasta para terminar esta obra, ya no acabada, sino a medio empezar.
Meterse a indagar por «interné» los intríngulis por los que se decidió no seguir con la faena, sería una pérdida de tiempo; algo absolutamente carente de interés, hasta para los amantes del cotilleo. Básicamente, porque a los empresarios implicados, si no les importa un comino la cantidad de mortadelos invertidos en infinidad de planes concebidos que han acabado en una papelera (ya recuperarán la guita con los que vayan adelante, sean nuevos o refritos de los excluidos), menos les interesará la reacción del público (fácilmente desmemoriado), al que ya le colarán otra versión de lo mismo en otra temporada, y en otro espacio (al final, las ideas siempre se repiten).
Otra cosa sería, como en el caso de la serie «The Wilds», cancelada por Amazon después de la segunda temporada, dejando a la serie sin final, en pleno «cliffhanger»; o la serie bíblica A.D., que fue fulminada por Netflix al final también de la segunda tirada, dejando la historia sin terminar. En ambos casos, las consecuencias de dejar a los espectadores sin continuidad después de ya varios capítulos, ya no son las mismas en lo que se refiere a los efectos sobre la expectativa de la audiencia y sus más o menos coléricas respuestas ante ello, pero a las productoras les sigue sin importar un pepino.
Hay que desengañarse y ser conscientes de que lo que rige el mercado del cine, la televisión y, en general, la industria audiovisual, son los criterios económicos, comerciales, y aquellos por los que se rigen los organigramas de las empresas del ramo, y las cambiantes políticas a las que están sometidas según los que estén al frente de las mismas. Hay que tener en cuenta, además, que si la financiación viene de corporaciones ajenas, el destino de cuyas inversiones es cambiante e imprevisible, puesto que sólo van a ganar dinero, no les interesa para nada el producto en el que han invertido su capital. En mayor o menor medida, siempre ha sido así.
Son contadas las veces en las que el cine como obra de arte, como objeto de ocio o entretenimiento y como artículo comercial, van de la mano. Con lo salvaje que se ha puesto el mercado, y el sistema económico a nivel global, más difícil todavía que en el mundo de las películas y de las series exista este nivel de compromiso en la triangulación obra – artista - público. Prima el interés de la empresa, y ésta no tiene ningún escrúpulo en lo que se refiere al artículo y a quien éste va destinado o dirigido. Y si lo tienen en cuenta, es justamente para cebar lo más posible el ingreso (o evitar una mayor pérdida, que podría suponer el fin de la firma).
De modo que la estructura narrativa que desarrollan los guionistas está condicionada por los dictados del mercado, las dinámicas estructurales y funcionales de productoras, distribuidoras y exhibidoras, y, cómo no, por ideologías políticas, «lobbies» sociales y modas de turno, que en cualquier momento pueden dar al traste con una película o serie, sean éstas concebidas para la televisión o para una plataforma digital.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Frente a ello, los libretistas cuentan con recursos a modo de seguro en caso de que se produzca una «muerte súbita o prematura» de sus bebés. El más fácil es el de las series episódicas: cada pieza (por lo general entre los 40 y los 50 minutos) cuenta una historia diferente, y el único nexo de continuidad es el protagonista o un grupo de protagonistas. En tal caso, la finalización en cualquier momento, de cualquier temporada, aunque el espectador haya cogido cariño a la estrella o estrellas principales, no deja nada al aire, por lo menos en lo que a lo narrativo se refiere. En otros casos, se mantiene entre los episodios un elemento de continuidad más relevante, pero sólo en una misma temporada. O incluso se fija una historia continuada por capítulos, pero con una resolución clara al final de cada temporada.
Otro recurso es el de ir haciendo desaparecer o morir a los personajes, e ir renovando el elenco, para que el público no se habitúe a ellos, y toda la sucesión de capítulos sea un «perpetuum mobile» continuo de reciclaje de trama y resolución a corto plazo («Game of Thrones». 2011-2019).En «The Wilding» no dio ni para esto.
A caballo entre la ciencia ficción y el terror, como en el caso de la versión Netflix de «The Mist» (2017), la trama, que empieza con los fenómenos que experimentan los protagonistas, debido a que se supone que tienen la extraña facultad de percibir señales enviadas por los muertos desde el más allá, se divide en las respectivas subtramas del entorno de cada uno de ellos (recurso muy utilizado en series y películas para ir alternando el foco atencional del espectador), y se supone que progresivamente se irían entrelazando hasta confluir hasta el final de la saga.
La fotografía de Maxime Alexandre empieza siendo muy prometedora, pero poco a poco va enturbiándose en un exceso de encuadres demasiado cortos, que no permiten hacerse una perspectiva o visión general del contexto físico del conjunto. Todo muy segmentado entre cada una de las situaciones particulares de los protagonistas. A esta compartimentación también contribuye un montaje que estructura todo el metraje como si fuese un «mega-trailer» que se queda, naturalmente, en las presentaciones; sin que podamos ver más allá de lo que pueda extrapolar nuestra imaginación antes de los títulos finales, ni conseguir atar demasiados cabos.
El dúo Andy Milburn y Thomas Hajdu (Tomandandy), quienes ya fueron fichados por Ciarán Foy en «Sinister II» (2015) y «Citadel» (2012), cumple sin destacar por su creatividad, y no aporta demasiado a la intensidad dramática. Pertitura que parece escrita sólo para salir del paso. De igual modo, los efectos (tanto especiales como de maquillaje), son lo suficientemente creíbles por ser adecuados y discretos, pero sin fuerza como para dar empuje a la atmósfera siniestra que habría requerido el total desarrollo del guion.
Los actores, poco conocidos, llevan a cabo unas interpretaciones correctas, que no salen del umbral de lo insulso: su presencia (y porque la cámara es en ello un apoyo formidable) no es alimentada por una incondicional implicación en la escena. Y en el caso de LisaGay Hamilton, que, la pobre, se ve que le echa un poco más de morro al asunto, cae en una histérica sobreactuación dando al traste con el papel.
Es difícil hacer una apreciación objetiva y justa de algo de lo que sólo tenemos apenas la introducción. Clamar con los retóricos «lástima de serie»; «me han hecho perder dos horas de mi vida»; o… «este canal de televisión, o esta plataforma a la que estoy suscrito o suscrita me hace perder el tiempo», son tan estériles como el pretender que las «majors» se atiendan a las exigencias del público o de un equipo que ya se ha currado un tute. Un empresario francés de principios del siglo XX se arruinó con la reposición de la “Consagración de la Primavera” después de su escandaloso estreno dos años antes. Cien años después, a Igor Stravinsky tampoco le habrían dejado pasar de la prueba piloto.
Otro recurso es el de ir haciendo desaparecer o morir a los personajes, e ir renovando el elenco, para que el público no se habitúe a ellos, y toda la sucesión de capítulos sea un «perpetuum mobile» continuo de reciclaje de trama y resolución a corto plazo («Game of Thrones». 2011-2019).En «The Wilding» no dio ni para esto.
A caballo entre la ciencia ficción y el terror, como en el caso de la versión Netflix de «The Mist» (2017), la trama, que empieza con los fenómenos que experimentan los protagonistas, debido a que se supone que tienen la extraña facultad de percibir señales enviadas por los muertos desde el más allá, se divide en las respectivas subtramas del entorno de cada uno de ellos (recurso muy utilizado en series y películas para ir alternando el foco atencional del espectador), y se supone que progresivamente se irían entrelazando hasta confluir hasta el final de la saga.
La fotografía de Maxime Alexandre empieza siendo muy prometedora, pero poco a poco va enturbiándose en un exceso de encuadres demasiado cortos, que no permiten hacerse una perspectiva o visión general del contexto físico del conjunto. Todo muy segmentado entre cada una de las situaciones particulares de los protagonistas. A esta compartimentación también contribuye un montaje que estructura todo el metraje como si fuese un «mega-trailer» que se queda, naturalmente, en las presentaciones; sin que podamos ver más allá de lo que pueda extrapolar nuestra imaginación antes de los títulos finales, ni conseguir atar demasiados cabos.
El dúo Andy Milburn y Thomas Hajdu (Tomandandy), quienes ya fueron fichados por Ciarán Foy en «Sinister II» (2015) y «Citadel» (2012), cumple sin destacar por su creatividad, y no aporta demasiado a la intensidad dramática. Pertitura que parece escrita sólo para salir del paso. De igual modo, los efectos (tanto especiales como de maquillaje), son lo suficientemente creíbles por ser adecuados y discretos, pero sin fuerza como para dar empuje a la atmósfera siniestra que habría requerido el total desarrollo del guion.
Los actores, poco conocidos, llevan a cabo unas interpretaciones correctas, que no salen del umbral de lo insulso: su presencia (y porque la cámara es en ello un apoyo formidable) no es alimentada por una incondicional implicación en la escena. Y en el caso de LisaGay Hamilton, que, la pobre, se ve que le echa un poco más de morro al asunto, cae en una histérica sobreactuación dando al traste con el papel.
Es difícil hacer una apreciación objetiva y justa de algo de lo que sólo tenemos apenas la introducción. Clamar con los retóricos «lástima de serie»; «me han hecho perder dos horas de mi vida»; o… «este canal de televisión, o esta plataforma a la que estoy suscrito o suscrita me hace perder el tiempo», son tan estériles como el pretender que las «majors» se atiendan a las exigencias del público o de un equipo que ya se ha currado un tute. Un empresario francés de principios del siglo XX se arruinó con la reposición de la “Consagración de la Primavera” después de su escandaloso estreno dos años antes. Cien años después, a Igor Stravinsky tampoco le habrían dejado pasar de la prueba piloto.