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Voto de Fernando Polanco:
8
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Drama
Debido a una rara enfermedad, Ed Avery debe tomar cortisona, una droga que todavía está en proceso de experimentación y que le provoca alteraciones mentales que repercuten en su trabajo como profesor y en sus relaciones familiares. (FILMAFFINITY)
21 de enero de 2009
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya desde una vista de pájaro resulta maniqueísta y simplista el análisis etimológico del género melodramático. “Melos” deriva a “melodía”, por lo tanto, un drama melódico, acompañado musicalmente, de orquesta invisible. Algo que para muchos puede resultar artificioso, efectista y manipulador, para otros, una de las principales armas emocionales del cine. Y es que éste es el elemento definidor del melodrama junto a la carga emocional o, como sustituto o en añadidura, la voluntad moralizadora.
En el caso de concreto de “Bigger than life”, la música no es uno de los elementos principales, por lo tanto evita la polémica. Pero sí encontramos la emoción dentro de otro elemento característico del melodrama, la posible coyuntura de la estabilidad y la unidad familiar. Y es que, a partir de los cuarenta, la independencia económica e intelectual de la mujer preocupó a los más conservadores, que auguraron nuevos modelos familiares sin la figura paterna o con parejas homosexuales y libertad sexual. Pero, en el filme que nos ocupa, la amenaza procede del miembro de mayor jerarquía, el hombre, frente a una mujer completamente alienada a su casa y sus deberes diarios. ¿Cuál es el origen de los males del padre? Una enfermedad venérea, invisible a los ojos, desencadenada en el estrés sufrido por un pluriempleado con problemas económicos. La gran sociedad, su dinámica agonizante y los problemas financieros de la clase media-baja ahogan a un buen hombre que reboza en voluntad de alienación y honestidad.
La relación padre hijo aumenta la carga emocional del conflicto retratando un antes y un después en su educación, pues las dosis de cortisona desembocan en una psicosis que hace perder por completo a nuestro protagonista (James Mason) el control de su personalidad, llegando en el clímax final al más exagerado fanatismo religioso siguiendo la palabra de Dios al pie de la letra (véase aquí un guiño al principal fervor estadounidense).
La potencia del melodrama está llevada hasta las más altas cotas de explotación en un argumento con una narrativa fluida, de una cadencia que dosifica el proceso de locura en un gradiente evolutivo que favorece su verosimilitud. Lo único reprochable en este tipo de situaciones límites es la sobreactuación a la que están obligados los actores, obligados por la falta de contención de la narrativa.
En el caso de concreto de “Bigger than life”, la música no es uno de los elementos principales, por lo tanto evita la polémica. Pero sí encontramos la emoción dentro de otro elemento característico del melodrama, la posible coyuntura de la estabilidad y la unidad familiar. Y es que, a partir de los cuarenta, la independencia económica e intelectual de la mujer preocupó a los más conservadores, que auguraron nuevos modelos familiares sin la figura paterna o con parejas homosexuales y libertad sexual. Pero, en el filme que nos ocupa, la amenaza procede del miembro de mayor jerarquía, el hombre, frente a una mujer completamente alienada a su casa y sus deberes diarios. ¿Cuál es el origen de los males del padre? Una enfermedad venérea, invisible a los ojos, desencadenada en el estrés sufrido por un pluriempleado con problemas económicos. La gran sociedad, su dinámica agonizante y los problemas financieros de la clase media-baja ahogan a un buen hombre que reboza en voluntad de alienación y honestidad.
La relación padre hijo aumenta la carga emocional del conflicto retratando un antes y un después en su educación, pues las dosis de cortisona desembocan en una psicosis que hace perder por completo a nuestro protagonista (James Mason) el control de su personalidad, llegando en el clímax final al más exagerado fanatismo religioso siguiendo la palabra de Dios al pie de la letra (véase aquí un guiño al principal fervor estadounidense).
La potencia del melodrama está llevada hasta las más altas cotas de explotación en un argumento con una narrativa fluida, de una cadencia que dosifica el proceso de locura en un gradiente evolutivo que favorece su verosimilitud. Lo único reprochable en este tipo de situaciones límites es la sobreactuación a la que están obligados los actores, obligados por la falta de contención de la narrativa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y viendo “Bigger than life” después de asistir a los modernos “thrillers psicológicos” de finales de los noventa uno puede decir que el nerviosismo en el montaje y la realización a modo de videoclip imperante en la actualidad no hace más que perjudicar un tipo de historia que tiene la virtud de explorar las emociones a su debido ritmo, con paciencia. Sólo filmes como “El Maquinista”, de Brad Anderson, o “Inseparables”, de David Cronenberg, son capaces de alcanzar la dimensión del Nicolas Ray que nos ocupa, o del psicológico Polanski de “Repulsión” o “Rose Mary´s baby”; un recorrido en la profundidad de un trastorno mental, de una preocupación paranoica, muchas veces incluso con evidente transfiguración física.
En este tipo de melodramas nació el “thriller”, que ha ido creciendo hasta nuestros días mezclando melodrama con cine de acción y, a veces, terror. Y cuyos finales felices son siempre de un sabor amargo, pues la trascendencia del desarrollo y su atmósfera eclipsan cualquier sonrisa final.
En este tipo de melodramas nació el “thriller”, que ha ido creciendo hasta nuestros días mezclando melodrama con cine de acción y, a veces, terror. Y cuyos finales felices son siempre de un sabor amargo, pues la trascendencia del desarrollo y su atmósfera eclipsan cualquier sonrisa final.