Lo que comienza como un mordaz retrato costumbrista de las interioridades de un decrépito hospital belgradense (con simpática cita a “Trenes rigurosamente vigilados” y su legendario sello), acabara por mutar en un asfixiante drama con la enfermedad, la muerte y la locura campando por los pasillo de un edificio rodeado por la policía y una escuadra médica de aterradores embozados, oscilando entre la contemplación compasiva de la tragedia humano y la gelidez maquinal del procedimiento clínico. Notable “thriller” médico que casi puede verse como la versión seria y verista (tanto como que reproduce un caso auténtico ocurrido a principios de los 70) de las aparatosas cintas de catástrofes setenteras, con progresión imparable del caos y la psicosis, apoyado en una estructura coral que muestre todas las reacciones posibles (un reparto estupendo entre el que puede verse a un joven Rade Serbedzija como cínico médico faldero y al muy “bergmaniano” Erland Josephson), desde la asunción de responsabilidades, hasta la pura paranoia, pasando por la indiferencia funcionarial hacia el sufrimiento ajeno. No desdeña ni el humor (negro) ni los ramalazos terroríficos (con guiños al cine de zombies en un par de momentos antológicos y en su pavoroso e irónico final abierto) apurando además la crítica sociopolítica y la minuciosidad documental de los pormenores de la cuarentena.