Un equipo internacional, bastante sui generis, se embarca para realizar el primer viaje a la Luna y que esta, como la Antártida, no pueda ser objeto de reclamación de ningún otro país. Una nave que parece un salón de bodas, al tener que acomodar a doce personas, con ducha y hasta animales de compañía, un autobús espacial. Obviamente, como buen filme de aquellos años, asomará una inteligencia alienígena, aunque por la falta de medios y, quizás, para evitar un cierto bochorno y no parecer una space-ópera, apenas los atisbaremos. Es curiosa la luna que plantean, humeante y llena de peligros mortales, como si fuese una gymkama letal para los aventureros. Se abrirán grietas, hallarán extraños minerales y líquidos corrosivos y algo más. No obstante, el final derivará, como no podía ser de otra manera, hacia un componente más fantástico y propio de los filmes de los años cincuenta. Es un quiero y no puedo, por lo que el producto resulta algo aburrido y ciertamente mediocre, no destacando ni como fantasía galáctica ni como cine de anticipación científica, quedando en medio de la nada.

Curioso el equipo, que muestra que era lo políticamente correcto entonces: un estadounidense como líder de acción, un británico insulso, un francés sibilino, un alemán con biografía oculta (ya sabemos cual), un soviético intrigante, una japonesa miedosa, un brasileño, un turco ligón, una sueca despampanante, un israelí torturado, un nigeriano heroico y otro anglosajón que no identifico. Curioso, ningún chino, árabe, italiano, sudamericano de habla española, hindú, pakistaní, iraní, centroeuropeo o ibérico, tampoco australianos. Me "encanta" el concepto sobre los pocos europeos que aparecen (véase spoiler), una visión ciertamente descorazonadora.

Filme de tantos, que puede verse pero que no recordará pasados cinco minutos. De hecho, nadie lo considera un clásico. No tiene material para ello.