Bette Davis y Ernst Borgine unidos en una película de atracadores es ya suficiente aliciente para ver esta comedia con trasfondo social. Nada, salvo el respeto que se profesan estos dos delincuentes, queda impune a su crítica inmisericorde: los bancos que desahucian sin piedad, la polícía y sus estupideces, los hippies, eternamente enredados en sus contradicciones, los hijos de ella y su incapacidad para resolver sus propios problemas, la sociedad y el modo de vida americano, en general... El guión, un tanto naïf, presenta en clave de comedia disparatada (de esas, que lo confieso, me encantan), argumentos para mandarlo todo a la mierda y huir a México en busca de una nueva vida más auténtica. No se puede negar que la realización es más que discreta, sobre todo por la evidente falta de medios y tal vez porque su realizador se forjó en series de televisión de los sesenta; pero esa pobreza queda muy en segundo plano gracias a las magníficas interpretaciones de sus protagonistas, quienes, ya en el ocaso de sus carrera, aceptaron participar en este film de bajo presupuesto pero grandes dosis de simpatía. Para pasar algo más que un buen rato.