Lo que podía haber sido un intenso thriller psicológico clásico cargado de emoción y de angustia de alguien que espera la llegada de su probable asesino, se convierte en una blanda película, mezcla de los géneros del melodrama generacional y del de suspense en un ambiente rural y, aunque bien interpretada, con personajes sin mucha entidad.

El asesino, más que producir temor en sus víctimas, se pasa el film asumiendo el papel de familiar díscolo que le ha ordenado desempeñar -nada menos- su víctima, que es quien lleva, en realidad, las riendas de la situación.

Aunque técnicamente resulta correcta, narrativamente nos ofrece un error de bulto: nos endosa un largo flash-back explicativo que dentro de la trama de la película aparenta que va a ser de vital importancia para un personaje y que luego queda en el olvido. Si contar algo con la técnica del flash-back ya resulta peliagudo --regla del maestro Howard Hawks--, cuando resulta a todas luces innecesario, resta validez a la película.

Solo la secuencia final --aunque en un escenario nada adecuado para el cine negro-- otorga verdadera tensión a una obra que pudo ser algo y se quedó a medias. Una pena.

Pero, a pesar de todo, su director, William A. Seiter, hombre forjado en la época clásica del cine americano, y que abordó con varios aciertos casi todos los géneros, deja alguna huella de ese clasicismo en la presente cinta.