El tema tratado es demasiado serio como para tomarse esta película en serio, valga la cacofonía. Más allá de la falta de contexto, es decir, de no hacerse una mínima síntesis de la ubicación geográfica y política del apartheid, e inmediatamente ubicar la figura de Desmond Tutu como si se usara un calzador para que entre a fórceps en la trama, incluso a pesar de la muy poco creíble transformación de las atrocidades en arrepentimiento y en la súplica de redención, el problema aquí es —extrañamente— la participación de Forest Whitaker.

No tengo idea cuánta responsabilidad le cabe a Roland Joffé, pero la composición que se hace del personaje protagónico es francamente ridícula. ¿De qué se ríe y sonríe permanentemente Whitaker? ¿A qué se debe esa expresión de dulzura y condescendencia? ¿Esa mirada "profunda", esos ojos "luminosos", ese rictus facial de alegría y gozo, son responsabilidad del intérprete o fueron marcadas por la dirección?

Pero, además, la caracterización de los maquilladores con una inefable prótesis de nariz gigantesca y una parruqueta que parece ser un trapeador de piso adosado a la cabeza del actor ni siquiera provoca risa. Da pena y vergüenza ajena.

Con gran parte del metraje hablado en afrikáans y el resto con un inglés que parece ser pronunciado por turcos otomanos (en mi país, por suerte, por ahora casi todo se proyecta en VOSE y no doblado al español), las dos horas de duración se hacen interminables. Los hilos dramáticos que maneja la trama quedan absolutamente desdibujados ante el increíble fallo de casting, de interpretación, de dirección, o vaya a saberse de quién es la responsabilidad de este desastre.