Retoma Monicelli el punto exacto donde dejara las aventuras y desventuras de su particular caballero andante, Brancaleone de Norcia, en el precedente filme, "La Armada Brancaleone".

Las claves fundamentales ya mostradas entonces, que consistían en una mirada entre cómica y realista sobre situaciones, realidades y personajes de la Italia medieval se mantienen, aunque la estructura de la película es quizás más episódica, lo que no impide su disfrute por parte del aficionado. Así, de nuevo encontraremos a ese peculiar antihéroe que es Brancaleone (acompañado por su tozudo caballo amarillo, Acquilante) en el centro de todas las situaciones, y como siempre acompañado por una selección de personajes arquetípicos, como el fanático e iluminado predicador Zenón (que ya aparecía en el anterior filme), el mercenario alemán siempre dispuesto a cambiar de bando, la bruja enamorada y lenguaraz, el pecador que se autocastiga, un leproso con "sorpresa", un rey que sólo habla en rimas, un enano, un santo estilita, e incluso la mismísima muerte, cuyas apariciones son verdaderamente espectaculares.

Como es habitual en este realizador, el humor le sirve como vehículo irónico para retratar una realidad, algo que siempre ha caracterizado sus mejores realizaciones ("Rufufú", "La Gran Guerra", "Los Camaradas", "El Marqués del Grillo", por citar algunas), que en mayor o menor medida se sirven de la comicidad de ciertas situaciones y personajes para acercar a todo tipo de espectadores acontecimientos y procesos históricos con frecuencia nada amables. En la presente película se ironiza en torno a la intolerancia, la guerra, la arbitrariedad de los poderosos, el fanatismo religioso y el temor a la muerte, temas todos ellos que vienen a condensar la esencia de lo que el público entiende por Edad Media, aunque en realidad sean extensibles a cualquier época (de ahí que el guión se centre en ellos).

Con un extenso y magnífico reparto, plagado de secundarios interesantes y divertidos como el rey Boemondo (excelente Adolfo Celli) y muchos más, debe reconocerse la labor de Gassman, que se apodera totalmente del papel protagonista, construyendo un personaje tan divertido como entrañable. El guión, aunque fragmenta la narración en episodios, recurso que tal vez no es siempre necesario, posee buenos diálogos y sobre todo acierta plenamente en la construcción de los personajes. Muy divertidas resultan las canciones, especialmente las que entonan los atolondrados peregrinos que se dirigen a Tierra Santa, con ese peculiar estribillo -"vade retro Satán"-, y también el resto de la banda sonora.

Hay quien compara estas películas de Monicelli con lo que luego harían los Monty Python en "Monty Python and the Holy Grial" ("Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores"); aunque tengan puntos en común, creo que son conceptos diferentes, y que independientemente de lo que cualquiera pueda opinar acerca de su respectiva eficacia como comedias (ambas me parecen divertidas), las películas de Monicelli están mucho mejor realizadas. Basta fijarse en la fotografía, con un excelente tratamiento de la luz en exteriores, y en el impacto visual de algunas secuencias, especialmente aquellas en las que aparece la muerte, siendo la última de ellas verdaderamente hermosa.