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Voto de Archilupo:
7
Drama Varios neoyorquinos navegan por los vericuetos tragicómicos del sexo y del amor dentro y fuera de un club polisexual underground llamado "Shortbus". Sofia, una terapeuta sexual que nunca ha tenido un orgasmo, lleva años fingiendo con su marido. Severine, una dominadora, intentará ayudarla consiguiéndole diversas relaciones sexuales. Por otro lado dos pacientes de Sofia, James y su compañero Jamie, piensan en incluir a un tercero, Ceth, ... [+]
15 de abril de 2009
52 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
El impulso liberador que llenaba de pasión el canto de “Hedwig and the Angry Inch” se diversifica y vuelve coral en “Shortbus”, entrelazando tres historias de contacto a flor de piel, personajes que en la aglomeración neoyorquina viven pegados unos a otros sin que por ello deje la soledad de abrir abismos personales.

John Cameron Mitchell mantiene su original actitud creadora y continúa desplegando inventiva visual. Nueva York aparece representada por una fabulosa maqueta animada por la que se desplaza el foco del relato de un edificio a otro a vuelo de avión más que de pájaro. Significativamente, la película arranca con primerísimos planos de la estatua de la Libertad.

A otra escala, el club “Shortbus” (nombre de los microbuses escolares para alumnos con necesidades especiales) funciona también como una maqueta de un sector liberal de la sociedad. Es un club como los warholianos de los sesenta, un loft de Brooklyn dirigido por Justin Bond, legendaria figura del cabaret posmoderno, donde los asistentes se reúnen a tomar copas, armar debates culturales, talleres, conciertos, exposiciones, y también concurridas bacanales en la sala principal.
JCM lo puso en marcha para la película y funcionaba de hecho, con lo que proporciona escenario real a la filmación, que cobra un documental aire de reportaje.

En el club confluyen los personajes de las tres historias principales, en busca de solución a sus conflictos emocionales. Son una terapeuta sexual que, a pesar de ejercitar con su pareja el Kamasutra entero, finge ruidosamente los orgasmos (una forma de ganar tiempo, justifica) porque nunca ha tenido uno, y empieza a considerarlo inaplazable; una pareja gay en crisis, que prueba a ampliar la relación para revitalizarla; una dominatrix profesional incapaz de implicarse afectivamente excepto a través de la fusta.
Alguno de ellos graba su vida en video digital, otra la fotografía en polaroids, lo que proporciona material para enriquecer el montaje, de por sí ágil y fluido.

El director prescinde de la censura, la ignora olímpicamente y la deja atrás. Un primer resultado es que se esfuma la aureola pornográfica. Los desnudos y acoplamientos aparecen en su papel narrativo, sin carga morbosa o excitante. Acaso cómica, por momentos, como en cierta versión “orgánica” del himno estadounidense…

Otra peculiaridad del experimento es la gran dirección de actores que, en trabajo colectivo, aportan sus historias personales.

Con todo, la película permanece deliberadamente en un nivel de fábula bienintencionada, un tanto naif. Lo es suponer una ilimitada fuerza liberadora al orgasmo, la idea del club como fantástica central generadora de energía al potenciar en las orgías conexiones, chispas, corrientes y fusibles, en una visión utópica que encantaría a Wilhelm Reich.
Archilupo
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