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Voto de Archilupo:
8
Intriga. Comedia Un gángster herido y su socio moribundo se refugian en un castillo cerca de una playa, donde viven un inglés pusilánime y su esposa ninfómana. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2009
46 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Menos absurdamente de lo sugerido por la estética inicial, Polanski despliega una minuciosa y corrosiva burla de los valores burgueses (propiedad, matrimonio, convenciones sociales…), que a lo largo de la película quedarán en ridículo.

El Castillo de Lindisfarne (Holy Island, costa inglesa) se llama en el film “Bob Roy” porque, en la ficción, se supone que Walter Scott escribió allí la novela, en la sala de cristales coloreados.
El nuevo propietario (Donald Pleasence), un hombre de negocios retirado, recién casado con su joven esposa francesa, está orgulloso de la adquisición y presume ante las amistades.
Jugando en el dormitorio, se deja poner un camisón, y pintar ojos y labios, ajeno a lo que se le viene encima.

Mientras pasaban los créditos al comienzo, un coche llegó renqueante desde el punto de fuga central hasta el primer plano, por carretera rectilínea y desierta.
Huyendo de un percance indeterminado, dos hampones malheridos (uno fortachón y otro enclenque) se quedan tirados en las inmediaciones del castillo.
El fortachón camina hacia el edificio con el brazo en cabestrillo, en busca de un teléfono para hablar con su misterioso jefe, Mr. Haselbach. Come en el patio las sobras de los platos, bebe una botella de un trago, sorbe un huevo crudo en el gallinero y se golpea la cabeza contra los quicios sin inmutarse.
Con una sola mano, domina e intimida a los habitantes del castillo; los vuelve serviles y sin rechistar obedecen sus órdenes brutales.
—¡Salga de aquí! ¡Esto es mi propiedad!
—¡Mi propiedad, qué egoísmo! ¡Esto es lo que lleva al país a la ruina!

Con su habitual recurso a la estricta unidad de acción (tiempo presente, y en un mismo escenario, fotografiado aquí con gran fuerza) y a un censo reducido de personajes, Polanski se las arregla para que del cruce fortuito de vidas dispares se deriven las vejaciones más humillantes, creando expectación por comprobar hasta dónde puede llegar el rebajamiento, y marcando con las situaciones de incertidumbre un ritmo vivo e intenso.
También es rasgo de Polanski cambiar al héroe positivo, cuya función es revelar en contraste las contradicciones y flaquezas ajenas, por un absoluto antihéroe, gorila de los bajos fondos encarnado memorablemente por Lionel Stander.
Aparte su condición criminal, el hampón tiene la existencia en vilo y lucha como un animal por sobrevivir. No le queda otra que ser de una pieza (brutal y explosiva, eso sí), sin tiempo para tonterías de burgueses ociosos.
Porque como hecho de tontas manías e hipócritas mezquindades queda el comportamiento de los habitantes del castillo y sus amigos, perdidos e insatisfechos bajo la apariencia refinada de una vida endeble y hueca, volcada en los fetiches de la propiedad, el coleccionismo, el arte inauténtico o el encumbramiento social, satirizados por Polanski con eficacia demoledora y dureza casi inhumana.
Archilupo
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