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Voto de Archilupo:
7
Drama Nueva York, años 40. Jackson Pollock y Lee Krasner, pintores y amantes, se encuentran en el centro del mundo artístico neoyorquino. Cuando contraen matrimonio, se trasladan al campo; ella abandona su trabajo para entregarse en cuerpo y alma al arte de Pollock, que empieza a crear una obra extraordinariamente original que lo convierte en el primer pintor moderno de los Estados Unidos. Pero la fama y la fortuna llegan acompañadas de dudas ... [+]
22 de octubre de 2009
44 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Desde adolescente, Jackson Pollock (1912-1956) tuvo una relación turbulenta con el alcohol. Con ayuda de terapia jungiana y medicación homeopática consiguió sacar adelante su obra, hasta el punto de ser tratado por la revista LIFE prácticamente como un héroe americano, ya que con sus espectaculares cuadros puso el expresionismo abstracto a la altura de las vanguardias europeas. Pero una vez alcanzada la cima de su carrera, el alcohol seguía allí, aguardándole.

2) El plano inicial muestra un ejemplar de LIFE abierto por el triunfal reportaje dedicado al pintor. En medio de una multitudinaria inauguración, una admiradora le pide un autógrafo sobre esas páginas. La cámara asciende ralentizada al rostro del artista, que no puede estar más lleno de consternación.
La película retrocede unos años, al origen de la cadena de hechos que desemboca en tan chocante amalgama de éxito y aflicción: Pollock sube a rastras las escaleras, con una trompa de campeonato, maldiciendo a Picasso. Malvive en el apartamento de un hermano, trabaja en imprentas y museos mientras tramita una beca federal y digiere las influencias de Gorky, Miró, Sequeiros, Picasso y los surrealistas. Está a punto de entrar en su vida la pintora Lee Krasner, quien lo cuidará y conducirá a su destino artístico.

3) Ed Harris cuenta con la ventaja del parecido, pero además se adentra en el personaje y lo encarna intensamente. Transmite la pugna entre pasión creadora e impulsos violentos, a menudo autodestructivos. Harris eligió a una buena entrenadora para imitar la forma de pintar de Pollock: el ‘dripping’ (‘goteo’), que combinaba con brochazos y chorros de fluida pintura industrial: botes de esmaltes sintéticos que vaciaba por los cuatro lados de la tela puesta en el suelo, moviéndose alrededor con rapidez y ritmo, como en danza o en trance. En tal tejido de líneas sin principio ni fin afloraba una energía inconsciente explorada en la terapia jungiana y en los tanteos surrealistas, pero también la memoria de las pinturas indias conocidas durante la infancia en California, pinturas navajas hechas en el suelo con arenas de colores.

La dirección es sobria, ceñida a los hechos esenciales, con diálogos espaciados y breves. Subraya el peso decisivo de mecenazgo (Peggy Guggenheim) y veredicto de críticos en el auge de los movimientos artísticos, y cómo con su éxito Pollock abrió senda a los demás expresionistas abstractos: De Kooning, Still o Motherwell.

En estos importantes aspectos, la película es veraz y seria, muy notable.

4) Hay que objetar, sin embargo, la flojedad del pulso narrativo en el tercio final, dedicado a un Pollock sin inspiración, inflado y abúlico, alejado de los pinceles e incapaz de convivir con el personaje célebre en que se había convertido de golpe. Aunque la interpretación de Harris sigue sobresaliendo, la película no ahonda en esa crisis y se limita a hilvanar algunos síntomas. Y, por lo mismo, desaprovecha la participación de Jennifer Connelly.
Archilupo
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