Episodio singular, puesto que se trata de un film francés rodado por Robert Enrico en 1961, adaptando un relato de Ambrose Bierce, y que fue galardonado con la Palma de Oro del Festival de Cannes al mejor cortometraje. La presentación, con Rod Serling en un plató vacío, ya nos indica que no se trata de una producción propia. El capítulo comienza con las imágenes de un puente donde va a ser ajusticiado un hombre.

Contaba Dostoievski que nunca experimentó momentos de tanta intensidad como cuando fue sentenciado a muerte y pensó que caminaba hacia su ejecución. Cada imagen, cada sonido, cada sensación, cada pensamiento alcanzaba entonces una relevancia inédita. Los instantes se tornan densos en aquel que ve acercarse su final, quien vislumbra lo inefable, cuya alma intenta infructuosamente aferrarse a los segundos que le restan de vida.

El episodio capta la esencia de esos momentos últimos, inunda de lirismo la pantalla, prescinde prácticamente de diálogos para introducirnos en la mente de un individuo sometido a presiones extremas, nos aboca a experimentar los sentimientos de desesperación y esperanza, a emocionarnos tiernamente con la desventura de un condenado. Sin recurrir a nada más que al lenguaje cinematográfico, obtenemos el milagro del Cine.