El argumento pinta muy bien:

Como en todas las cintas del género, la acción comienza en el momento en que un forastero llega a una localidad. En este caso concreto, es un pintor al que le encargan la restauración de un fresco de la iglesia, el cual resulta ser la mar de inquietante. A medida que la pintura original va emergiendo de la pared, el restaurador, que se obsesiona con la escena descrita, va metiéndose en líos.

El argumento se estanca repentinamente y se desarrolla a ritmo plomizo, hasta conseguir que el aburrido espectador pierda el interés y, de pronto, pegue un brinco ante el final, del cual no puedo decir nada, sólo que asustar no asusta, pero pone los pelos de punta.

No sabemos de qué se ríen las ventanas, pero si el director de arte se descuida un poco más, convierte la casucha esa en la vivienda de los Stones.

Avati no tiene cura.