Tal vez usted vea la nota y piense: "Este Chulucu se ha vuelto loco". Pero no, en absoluto. Lo que estoy es flotando en una nube, henchido de felicidad. Estoy bailando la alegre musiquilla de los rótulos finales. Estoy brincando sobre el pescante de la diligencia. Estoy carcajeándome con Peso. Estoy peleando hombro con hombro con Mr. Herrera. Estoy conmovido con la actitud de Nancy ante el peligro. ¿Y qué más? Pues, sobre todo, estoy cavilando sobre algunos diálogos memorables. Sí, aquellos de: "Me enseño sin enseñar. Esa es la mejor manera." Y el de: "Aquí eres una pasajera, no una juez." Y no digo más para no estropearles la película.
Así que, mis queridos amigos, no van a presenciar un western serie B, o C, o M. Van a ver una gran película. Sesenta y siete minutos de disfrute y... varios días de reflexión por la complejidad de cada personaje y, sobre todo, por lo que dicen. Kress nos ha puesto deberes.
Verla en versión original es una gozada. ¡Qué bien lo hacen todos! Y aun así, hay uno que sobresale. Como una descarga eléctrica, a veces. Otras, como la poesía de una balada. Gilbert Roland. ¡Soberbio! Y, ¿qué puedo decir de Robert Horton? Antes de convertirse en guía de caravanas en la extraordinaria serie de finales de los 50 "Wagon Train", quiso demostrar su liderazgo y sus dotes de mando (y de seductor) defendiendo hasta el final su medio derruida estación de diligencias.
Por cierto, pocos westerns tendrán un final tan divertido como este. ¡Ah!, y estén al loro para fijarse en el nombre de la estación. ¡Qué cachondeo!