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Voto de Ferdydurke:
6
5.8
516
Drama
Irlanda, años treinta. Un niño de ocho años, huérfano de padre, vive con su madre y sus cuatro tías solteras, mujeres con caracteres muy diferentes. De repente, llega a casa el hermano mayor de su madre, un misionero demasiado viejo para seguir cumpliendo con sus obligaciones, razón por la cual ha decidido dejar África y regresar a Irlanda para morir rodeado de su familia. (FILMAFFINITY)
17 de agosto de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La casa de Kate Mundy.
Es una película infinitamente triste. Y bonita. Una obra de teatro llevada al cine. Irlanda, quizás solo ellos pueden ser tan melancólicos y desolados, tan terrosos y esenciales por lo menos de esta manera tan bella, delicada y bruta, tan dolorosa y poco sutil en el modo, tan tierna y llorosa.
Y tiene un baile, el baile, que vale más que un millón de películas en ristra o fila, vale por vidas humanas enteras, sin duda. Éxtasis. Purificación. La vida es el breve estallido de luz quebrada entre dos ominosas oscuridades. Pues eso.
De mujeres varadas, sin hombres, o apenas, un crío, un loco y un simpático sinvergüenza, que en verdad no valen para nada. Ellas necesitan otra cosa, que las salven, que las saquen de esa casa encantada y maldita.
Condenadas, a cadena perpetua.
Ellos pueden escapar, aunque solo sea para hacer el ridículo. Ellas no. Presas.
La Rottenmeir, pequeña tirana que con su sueldo y determinación mantiene la casa.
La fumadora, inteligente, graciosa y sabia que la ayuda y equilibra. Primera pareja.
La tejedora que desea escapar de prisión tan tremenda y su hermana la simple tan buena y encantadora. Segunda pareja. La historia, el affaire de la bendita con el hombre abandonado por su mujer y tan tocado, está muy bien resuelta, sin drama ni morbo, como debe ser.
Más la madre guapa y joven y ya sentenciada (cuando comienza la película, ya no hay salida para ninguna, es una familia derrumbada, destruida, no hay escapatoria ni esperanza, han caído en la desgracia y la pena de lleno) y el niño inocente que nos cuenta amenamente esta historia. Tercera.
La cuarta pareja la forman el sacerdote que se ha vuelto pagano ante el sol africano, lógicamente, y el motorista del suave infierno que se va a España, pobre, para salvar el mundo y de paso escapar como alma que lleva el diablo de su amada chica y su santo infante, el idealismo es lo que tiene, te da vía libre para huir de cualquier responsabilidad o lealtad con la coartada de un bien general, no te doy los cien euros que te debo y que necesitas urgentemente para comer porque me voy a luchar por un mundo en el que no haga falta el dinero, soy así, es lo que tengo.
El autor quiere a sus personajes y nosotros igual. La mirada es a favor, a pesar de la ironía implacable y la amargura indudable.
Es querible y se ve con mucho disfrute. Lo entendemos todo. Acaba y quieres llorar a todo dar. Te sientes identificado. Es el fiel reflejo de la vida, de la pena por todo, por la cruel existencia que nos toca y ahoga. Esa sensación de apagamiento, de muerte que todo lo corroe y se acaba comiendo el mundo entero.
Quizás sea también demasiado obvia, todo contado, sonado y telegrafiado, evidente y transparente, didácticamente entretenido, deletreado, taquigrafiado.
Vale.
Yo ahora lo dejo y a ver si hay suerte y me dejan bailar un poco con ellas, que uno también lo necesita aunque no lo parece.
Es una película infinitamente triste. Y bonita. Una obra de teatro llevada al cine. Irlanda, quizás solo ellos pueden ser tan melancólicos y desolados, tan terrosos y esenciales por lo menos de esta manera tan bella, delicada y bruta, tan dolorosa y poco sutil en el modo, tan tierna y llorosa.
Y tiene un baile, el baile, que vale más que un millón de películas en ristra o fila, vale por vidas humanas enteras, sin duda. Éxtasis. Purificación. La vida es el breve estallido de luz quebrada entre dos ominosas oscuridades. Pues eso.
De mujeres varadas, sin hombres, o apenas, un crío, un loco y un simpático sinvergüenza, que en verdad no valen para nada. Ellas necesitan otra cosa, que las salven, que las saquen de esa casa encantada y maldita.
Condenadas, a cadena perpetua.
Ellos pueden escapar, aunque solo sea para hacer el ridículo. Ellas no. Presas.
La Rottenmeir, pequeña tirana que con su sueldo y determinación mantiene la casa.
La fumadora, inteligente, graciosa y sabia que la ayuda y equilibra. Primera pareja.
La tejedora que desea escapar de prisión tan tremenda y su hermana la simple tan buena y encantadora. Segunda pareja. La historia, el affaire de la bendita con el hombre abandonado por su mujer y tan tocado, está muy bien resuelta, sin drama ni morbo, como debe ser.
Más la madre guapa y joven y ya sentenciada (cuando comienza la película, ya no hay salida para ninguna, es una familia derrumbada, destruida, no hay escapatoria ni esperanza, han caído en la desgracia y la pena de lleno) y el niño inocente que nos cuenta amenamente esta historia. Tercera.
La cuarta pareja la forman el sacerdote que se ha vuelto pagano ante el sol africano, lógicamente, y el motorista del suave infierno que se va a España, pobre, para salvar el mundo y de paso escapar como alma que lleva el diablo de su amada chica y su santo infante, el idealismo es lo que tiene, te da vía libre para huir de cualquier responsabilidad o lealtad con la coartada de un bien general, no te doy los cien euros que te debo y que necesitas urgentemente para comer porque me voy a luchar por un mundo en el que no haga falta el dinero, soy así, es lo que tengo.
El autor quiere a sus personajes y nosotros igual. La mirada es a favor, a pesar de la ironía implacable y la amargura indudable.
Es querible y se ve con mucho disfrute. Lo entendemos todo. Acaba y quieres llorar a todo dar. Te sientes identificado. Es el fiel reflejo de la vida, de la pena por todo, por la cruel existencia que nos toca y ahoga. Esa sensación de apagamiento, de muerte que todo lo corroe y se acaba comiendo el mundo entero.
Quizás sea también demasiado obvia, todo contado, sonado y telegrafiado, evidente y transparente, didácticamente entretenido, deletreado, taquigrafiado.
Vale.
Yo ahora lo dejo y a ver si hay suerte y me dejan bailar un poco con ellas, que uno también lo necesita aunque no lo parece.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Una escena hermosa es en la que cantan la maravillosa letra del poema de Yates, "Down by the Salley Gradens".
La película también supone una reflexión soterrada y atinada sobre el contraste entre el cristianismo y el paganismo, África e Irlanda, la misa o el baile sobre el fuego, la virgen o Lug, la locura y la represión, la hipocresía o la borrachera; cruce de caminos en el que se confunden continentes, tradiciones, creencias y tiempos y donde la película solo muestra, no se moja ni apuesta por nada.
Como si el movimiento pudiera con las palabras, como si el lenguaje no fuera necesario y el baile se impusiera al verbo, acaba diciendo más o menos la voz narradora; es decir, la postergación del tiempo (del lenguaje, su sinónimo, el que nos permite sentirlo, nombrarlo), su detención a través de la alegría puramente física y animal, la celebración del cuerpo y de la comunidad en su forma más primitiva y esencial, el anhelo imposible de volver atrás, antes de todo; un poema, una oda, del triunfo efímero, por lo tanto, de la vida frente a la muerte.
La película también supone una reflexión soterrada y atinada sobre el contraste entre el cristianismo y el paganismo, África e Irlanda, la misa o el baile sobre el fuego, la virgen o Lug, la locura y la represión, la hipocresía o la borrachera; cruce de caminos en el que se confunden continentes, tradiciones, creencias y tiempos y donde la película solo muestra, no se moja ni apuesta por nada.
Como si el movimiento pudiera con las palabras, como si el lenguaje no fuera necesario y el baile se impusiera al verbo, acaba diciendo más o menos la voz narradora; es decir, la postergación del tiempo (del lenguaje, su sinónimo, el que nos permite sentirlo, nombrarlo), su detención a través de la alegría puramente física y animal, la celebración del cuerpo y de la comunidad en su forma más primitiva y esencial, el anhelo imposible de volver atrás, antes de todo; un poema, una oda, del triunfo efímero, por lo tanto, de la vida frente a la muerte.