Media votos
4.2
Votos
2,750
Críticas
2,747
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ferdydurke:
4
2015
6.2
339
Documental
Documental alrededor del legendario actor Steve McQueen y la grabación de la película del año 1971 "Le Mans", la historia de la lucha de la estrella por hacer "la película definitiva sobre las carreras de coches". Como muestra de la pasión por esta competición deportiva, solía decir Steve McQueen: "Cuando estás corriendo, eso es vivir. Todo lo que sucede antes o después es simple espera." (FILMAFFINITY)
1 de diciembre de 2016
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conquistó el mundo y perdió su alma. Una de esas frases morrocotudas que tanto gustan y tan poco dicen. Algo así se decía el bueno de Steve en sus horas bajas, o así lo podríamos resumir si por un momento fuésemos él, por qué no, como si estuviéramos apurando la última copa y a duras penas nos tuviésemos en pie en cualquier garito de mala muerte, tratando de llevarnos a la cama a esa aspirante a actriz que nos idolatra y que está deseando sentir/contar por fin que estuvo con McQueen, sí, el tipo duro de cara afable, el actor peligroso de mirada azul y pasión por la velocidad, el hombre hecho a sí mismo, el pendenciero, el iletrado, otra estrella fugaz más en la incineradora de los sueños húmedos californianos.
Digámoslo claro y sin marear la perdiz. El documental es ramplón, difuso, timorato y acomodaticio. Finalmente convencional y perezoso; olvidable, durmiente, poca cosa.
Pero lo que cuenta, poco, es, más o menos, interesante, la historia de un fracaso, de una monumental derrota que, como es bien sabido por todos, siempre es la victoria más resplandeciente (por su bello gesto a la contra, por su inútil verdad y rebeldía pura), o eso nos gustaría creer por lo menos antes de acostarnos a ver si cogemos el sueño un rato.
El proyecto que, por momentos, le tumbó (quizás se podría comparar a los casos de los cineastas americanos que irrumpieron felizmente en los setenta y que se tuvieron que enfrentar, sin casi excepción, a su inevitable y operístico y enloquecido destino. Ese suceso que tan bien explicó Biskind en su "Moteros tranquilos, toros salvajes". Los De Palma, Coppola, Scorsese, Lucas, Bogdanovich, Cimino o Friedkin), aquel en el que más se implicó y menos éxito y fulgor le deparó o tuvo. El rodaje eterno y desmadrado de "Las veinticuatro horas de Le Mans". O de cómo la egomanía, cuando estás en la cumbre y crees que lo tienes/puedes todo, te obliga a pensar que si has llegado a lo más alto siendo tú mismo, cómo ahora no vas a escuchar y seguir el dictado de tu propio corazón y, por lo tanto, hacer lo que te pide el cuerpo, sea, rodar de una vez por todas una peli de coches que sea libre, verdadera, sin ataduras, guion, director o mierdas parecidas. A mí, Sabino, que los arrollo, que soy el tito Steve y yo lo valgo y puedo con todo y soy capaz de hacer lo que quiera o se me antoje, director, escritor, actor, piloto y, ya de paso, follador felón a todo trapo y rato con toda la que se menee y se preste o algo siquiera se me acerque, que son muchedumbre y no tienen la más mínima pega, claro que sí.
No se hace pesado este periplo, pero flojea, merodea, declina y acaba en blanda retirada, el pie en tierra, un poco en la mierda, torpe, toscamente, sin clase, trampeando muy malamente.
Digámoslo claro y sin marear la perdiz. El documental es ramplón, difuso, timorato y acomodaticio. Finalmente convencional y perezoso; olvidable, durmiente, poca cosa.
Pero lo que cuenta, poco, es, más o menos, interesante, la historia de un fracaso, de una monumental derrota que, como es bien sabido por todos, siempre es la victoria más resplandeciente (por su bello gesto a la contra, por su inútil verdad y rebeldía pura), o eso nos gustaría creer por lo menos antes de acostarnos a ver si cogemos el sueño un rato.
El proyecto que, por momentos, le tumbó (quizás se podría comparar a los casos de los cineastas americanos que irrumpieron felizmente en los setenta y que se tuvieron que enfrentar, sin casi excepción, a su inevitable y operístico y enloquecido destino. Ese suceso que tan bien explicó Biskind en su "Moteros tranquilos, toros salvajes". Los De Palma, Coppola, Scorsese, Lucas, Bogdanovich, Cimino o Friedkin), aquel en el que más se implicó y menos éxito y fulgor le deparó o tuvo. El rodaje eterno y desmadrado de "Las veinticuatro horas de Le Mans". O de cómo la egomanía, cuando estás en la cumbre y crees que lo tienes/puedes todo, te obliga a pensar que si has llegado a lo más alto siendo tú mismo, cómo ahora no vas a escuchar y seguir el dictado de tu propio corazón y, por lo tanto, hacer lo que te pide el cuerpo, sea, rodar de una vez por todas una peli de coches que sea libre, verdadera, sin ataduras, guion, director o mierdas parecidas. A mí, Sabino, que los arrollo, que soy el tito Steve y yo lo valgo y puedo con todo y soy capaz de hacer lo que quiera o se me antoje, director, escritor, actor, piloto y, ya de paso, follador felón a todo trapo y rato con toda la que se menee y se preste o algo siquiera se me acerque, que son muchedumbre y no tienen la más mínima pega, claro que sí.
No se hace pesado este periplo, pero flojea, merodea, declina y acaba en blanda retirada, el pie en tierra, un poco en la mierda, torpe, toscamente, sin clase, trampeando muy malamente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Habían dejado caer varias perlas sobre las pocas luces y los muchos aires del bueno de Steve, que si infiel sin remedio megalomanía delirante mediante, que si enfados de niño y paranoias varias (la alusión a Manson está cogida por los pelos; un poco de morbo, según se ve, nunca nos viene mal), accidentes, huidas y demás desvaríos o grandes disparates. Y a última hora nos vienen con cartas pidiendo dinero (haber dado el tuyo, buen hombre), que si fue fiel a sus sueños (idea cutre por antonomasia) y ya, para rematar la faena, dando a entender que murió (un cáncer) a causa del contacto con el amianto durante sus días de piloto, como diciendo que murió feliz por haber pagado el justo y alto precio por hacer o salirse con la suya, por ser libre, sincero y valiente, sin miedo y de cara ante la vida. Vale. Para ese viaje no hacían falta estas alforjas. Si se trataba de buscar una especie de triste final feliz con sentido y toda la vaina, no era necesario este docudrama, valía con otra hagiografía o lustre de santidad en fila, remozada y plantígrada, sin más mareos ni rodeos.
Resumiendo: ni crudo retrato, ni análisis exhaustivo de una obra creativa, ni concentrado de vida, ni ajuste de cuentas, ni embobamiento genuflexo, ni crítica feroz, ni ensalzamiento trucado ni na. De todo un poco y de nada bastante ni lo suficiente.
Como un accidente (años sesenta y setenta, cuando el automovilismo era una carnicería abismal, una especie de tómbola asesina o aséptica escabechina, cuando la vida del piloto estaba expuesta en un bazar moribundo y agraz) a cámara lenta, horroroso, sin coche, sin piloto, como mancha granulosa en plano largo y general, a lo lejos, pasa poco, solo lo justo para bien matarse.
El hijo inválido es un reflejo, sombra cruel del resto, podría ser hasta una metáfora tarada de aquella hecatombe peliculera, los restos tristes de un naufragio.
Su primera mujer resiste todavía, estirada a lo loco pero lúcida y constante.
El pobre Sturges tuvo que salir pitando de allí al comprobar la medida sin fondo del pozo Caligulesco en el que estaba enfangado o metido Steve.
La triste y humana sensación que queda es la de que McQueen se quiso pagar unas estupendas vacaciones de carreras todas las horas con la pobre excusa de que estaba haciendo una película, a costa de los demás. El timo duraría varias semanas. Al final se descubre el pastel y todo acaba en enfado general y crujir de dientes.
Resumiendo: ni crudo retrato, ni análisis exhaustivo de una obra creativa, ni concentrado de vida, ni ajuste de cuentas, ni embobamiento genuflexo, ni crítica feroz, ni ensalzamiento trucado ni na. De todo un poco y de nada bastante ni lo suficiente.
Como un accidente (años sesenta y setenta, cuando el automovilismo era una carnicería abismal, una especie de tómbola asesina o aséptica escabechina, cuando la vida del piloto estaba expuesta en un bazar moribundo y agraz) a cámara lenta, horroroso, sin coche, sin piloto, como mancha granulosa en plano largo y general, a lo lejos, pasa poco, solo lo justo para bien matarse.
El hijo inválido es un reflejo, sombra cruel del resto, podría ser hasta una metáfora tarada de aquella hecatombe peliculera, los restos tristes de un naufragio.
Su primera mujer resiste todavía, estirada a lo loco pero lúcida y constante.
El pobre Sturges tuvo que salir pitando de allí al comprobar la medida sin fondo del pozo Caligulesco en el que estaba enfangado o metido Steve.
La triste y humana sensación que queda es la de que McQueen se quiso pagar unas estupendas vacaciones de carreras todas las horas con la pobre excusa de que estaba haciendo una película, a costa de los demás. El timo duraría varias semanas. Al final se descubre el pastel y todo acaba en enfado general y crujir de dientes.