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Voto de Ferdydurke:
3
5.8
3,527
Drama
Una crónica de los tiempos de Max Perkins (Colin Firth), el editor de libros más admirado en el mundo, que presentó al público a los más grandes escritores de este siglo, revolucionando la literatura americana. Incasablemente comprometido con el fomento del talento, fue la fuerza detrás de grandes estrellas literarias como F. Scott Fitzgerald (Guy Pearce), Ernest Hemingway (Dominic West) y Thomas Wolfe (Jude Law). (FILMAFFINITY)
21 de diciembre de 2016
26 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Íbamos bien. Hasta casi la mitad la historia, tenía interés, los personajes eran buenos, había bellas palabras y estupendos contrastes, lo apolíneo y lo dionisíaco se batían en duelo, Thomas Wolfe nos tenía cogidos del cuello, nos arrastraba con su fuerza huracanada y su yo torrencial. Estábamos gozando moderadamente, si cabe tal contradicción timorata y aberrante.
Difícil me sería delimitar el momento preciso en el que se jodió el invento. Me gustaría echarle todas las culpas a la petarda de la Kidman (hubo un tiempo en que fue, y a veces todavía es o puede ser, más maja), a su personaje insufrible y lastimoso, grotesca representación de imposible asunción. Pero tampoco, ella es solo la chispa que enciende el pandemónium resultante, ese engendro repleto de sermones a contrapelo, lloreras sin cuento, dramones a flor de piel y grandes luminarias de las letras convertidas en fantoches lamentables (Fitzgerald y Hemingway a cada cual más reducido a un arquetipo simple, facilón y penoso), como títeres descabezados.
Diría, centrándome un poco más, que la cosa se tuerce cuando se pasa de la literatura a la histeria, o de los libros al psicodrama familiar, o del proceso de creación a la amistad más grande que el mundo; del arte a la homilía. Lo que apuntaba a recreación feliz de una relación fructífera y conflictiva se nos viene encima como fórmula narrativa esquemática y simplona con un contenido moral digno de una catequesis. Pero no nos adelantemos demasiado todavía, antes deberíamos desmenuzar algunas cuestiones un tanto más simpáticas. Por ejemplo:
- La escritura a cuatro manos. El escritor crea el boceto y posteriormente lo poda y desbroza en compañía del editor que es a su vez el que dirige la orquesta formada por estos dos individuos tan extraños y dispares.
- El yo del autor como un monstruoso animal que arrasa con todo, ahíto de egoísmo y desmadre.
- El peligro, o el acierto, según se mire, de convertir la escritura en un inmenso y feliz juego en el que las palabras solo remitan a sí mismas y no cuenten nada, millones de sílabas danzando en torno a una música enloquecida, autorreferencial y delirante.
- La bohemia frente al orden. El quizás necesario cierto desequilibrio del autor debe ser constreñido, domeñado o compensado en alguna medida para que su obra no sea completamente ilegible, nada más que puro desahogo narcisista e incomunicable.
Y ahora veamos también sus numerosos defectos:
- La innecesaria utilización de los elementos familiares como adornos engorrosos que trivializan, enfangan y atontan la narración. Tal y como están planteados, no aportan nada. Nicole es un estrambote. Laura apenas son tres o cuatro miradas. O las explicas bien o no las pones. No vale con recurrir al tópico de la queja y la muy cansina y socorrida letanía de siempre me dejas sola por tu trabajo, querido maridito o amante mío al que tanto quiero y deseo y que poco me lo agradece el puñetero con lo que yo lo valgo y le doy, ay, ay, ay.
- La correción política y la moralina apolillada. La película no se abre en torno a preguntas y ambigüedades, al contrario, se cierra y empequeñece cuando se dedica a impostar lecciones morales y soflamas clericales.
- Se tiende a la caricatura de museo de cera, al exceso, el meneo, el mareo y el memuero, no me lo creo, a la brocha gorda y la poca sutileza.
Difícil me sería delimitar el momento preciso en el que se jodió el invento. Me gustaría echarle todas las culpas a la petarda de la Kidman (hubo un tiempo en que fue, y a veces todavía es o puede ser, más maja), a su personaje insufrible y lastimoso, grotesca representación de imposible asunción. Pero tampoco, ella es solo la chispa que enciende el pandemónium resultante, ese engendro repleto de sermones a contrapelo, lloreras sin cuento, dramones a flor de piel y grandes luminarias de las letras convertidas en fantoches lamentables (Fitzgerald y Hemingway a cada cual más reducido a un arquetipo simple, facilón y penoso), como títeres descabezados.
Diría, centrándome un poco más, que la cosa se tuerce cuando se pasa de la literatura a la histeria, o de los libros al psicodrama familiar, o del proceso de creación a la amistad más grande que el mundo; del arte a la homilía. Lo que apuntaba a recreación feliz de una relación fructífera y conflictiva se nos viene encima como fórmula narrativa esquemática y simplona con un contenido moral digno de una catequesis. Pero no nos adelantemos demasiado todavía, antes deberíamos desmenuzar algunas cuestiones un tanto más simpáticas. Por ejemplo:
- La escritura a cuatro manos. El escritor crea el boceto y posteriormente lo poda y desbroza en compañía del editor que es a su vez el que dirige la orquesta formada por estos dos individuos tan extraños y dispares.
- El yo del autor como un monstruoso animal que arrasa con todo, ahíto de egoísmo y desmadre.
- El peligro, o el acierto, según se mire, de convertir la escritura en un inmenso y feliz juego en el que las palabras solo remitan a sí mismas y no cuenten nada, millones de sílabas danzando en torno a una música enloquecida, autorreferencial y delirante.
- La bohemia frente al orden. El quizás necesario cierto desequilibrio del autor debe ser constreñido, domeñado o compensado en alguna medida para que su obra no sea completamente ilegible, nada más que puro desahogo narcisista e incomunicable.
Y ahora veamos también sus numerosos defectos:
- La innecesaria utilización de los elementos familiares como adornos engorrosos que trivializan, enfangan y atontan la narración. Tal y como están planteados, no aportan nada. Nicole es un estrambote. Laura apenas son tres o cuatro miradas. O las explicas bien o no las pones. No vale con recurrir al tópico de la queja y la muy cansina y socorrida letanía de siempre me dejas sola por tu trabajo, querido maridito o amante mío al que tanto quiero y deseo y que poco me lo agradece el puñetero con lo que yo lo valgo y le doy, ay, ay, ay.
- La correción política y la moralina apolillada. La película no se abre en torno a preguntas y ambigüedades, al contrario, se cierra y empequeñece cuando se dedica a impostar lecciones morales y soflamas clericales.
- Se tiende a la caricatura de museo de cera, al exceso, el meneo, el mareo y el memuero, no me lo creo, a la brocha gorda y la poca sutileza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Dos grandes fallos de estructura por tópicos e inapropiados en este caso:
- La relación principal padece el mal de lo previsible y consabido. Cierta timidez inicial, camaradería inaudita a continuación como si fueran padre e hijo (tema mal explicado y demasiado nombrado, se queda en la superficie más pueril), crisis total con reprimenda colosal tal cura formal y reconciliación final carta de ultratumba mediante.
- El proceso vital de Wolfe es obvio y grosero en su muy poco vuelo. Comienzo virginal y apasionado, triunfo merecido, pérdida de valores y disipación, broncas recibidas, cual niño, por su díscolo comportamiento, leve propósito de enmienda, castigo divino en forma de enfermedad mortal, arrepentimiento y purificación a las puertas de la definitiva extinción. Más parece vida de santo con estampita que periplo humano de hombre complejo o recorrido fulgurante por la vida deslumbrante y agónica de un titán de las letras norteamericanas; lo de siempre, se trata de transformar a purasangres en cutre carne folletín, de triturar, reducir y sentimentalizar con zafios instrumentos ficcionales vidas ingobernables y nada ejemplares, impermeables a moralejas de tebeo o a redenciones tan fácilmente conseguidas.
Cierro. Lo tenía todo: buena historia y grandes personajes. Lo perdió todo: efectismo melodramático y banalidad de sacristía.
Jude Law se pasa, sí. Colin Frth sobrio como casi siempre.
Nota: esta es una historia real, señalan al principio cargándose de razones, y, como casi siempre en estos malhadados casos la mar de verídicos/empíricos, muy falsa. Preferimos claramente las historias inventadas, pura ficción imposible, que se acerquen, aunque solo sea algo más, a esa entelequia maravillosa conocida o llamada por el bonito nombre de verdad.
- La relación principal padece el mal de lo previsible y consabido. Cierta timidez inicial, camaradería inaudita a continuación como si fueran padre e hijo (tema mal explicado y demasiado nombrado, se queda en la superficie más pueril), crisis total con reprimenda colosal tal cura formal y reconciliación final carta de ultratumba mediante.
- El proceso vital de Wolfe es obvio y grosero en su muy poco vuelo. Comienzo virginal y apasionado, triunfo merecido, pérdida de valores y disipación, broncas recibidas, cual niño, por su díscolo comportamiento, leve propósito de enmienda, castigo divino en forma de enfermedad mortal, arrepentimiento y purificación a las puertas de la definitiva extinción. Más parece vida de santo con estampita que periplo humano de hombre complejo o recorrido fulgurante por la vida deslumbrante y agónica de un titán de las letras norteamericanas; lo de siempre, se trata de transformar a purasangres en cutre carne folletín, de triturar, reducir y sentimentalizar con zafios instrumentos ficcionales vidas ingobernables y nada ejemplares, impermeables a moralejas de tebeo o a redenciones tan fácilmente conseguidas.
Cierro. Lo tenía todo: buena historia y grandes personajes. Lo perdió todo: efectismo melodramático y banalidad de sacristía.
Jude Law se pasa, sí. Colin Frth sobrio como casi siempre.
Nota: esta es una historia real, señalan al principio cargándose de razones, y, como casi siempre en estos malhadados casos la mar de verídicos/empíricos, muy falsa. Preferimos claramente las historias inventadas, pura ficción imposible, que se acerquen, aunque solo sea algo más, a esa entelequia maravillosa conocida o llamada por el bonito nombre de verdad.