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Voto de Ferdydurke:
6
6.0
1,413
Thriller. Drama
España, 1937. Un joven oficial republicano llamado Ramón Mercader es reclutado por el servicio de espionaje soviético para participar en una misión de alto secreto ordenada por el propio Stalin: asesinar a León Trotsky, a quien considera un traidor. Tras prepararse en Rusia, Ramón deja su vida y viaja a París bajo una nueva identidad, la de un belga adinerado llamado Jacques Mornard. Allí conoce a Sylvia, una joven trotskista, quien no ... [+]
11 de septiembre de 2016
32 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Actor, robot, idealista, miserable, héroe, cobarde, traidor, engañado? ¿Farsa, mascarada, el teatro de la historia?
Una correcta película que nos cuenta una historia que no por conocida (no demasiado entre las muchedumbres) es menos increíble y digna de un artesanal thriller histórico.
Matar a Trotski. La orden viene de Moscú, del ogro rojo, de esa fiera corrupia que una vez alcanzado el poder se dedicó a eliminar a la competencia con una precisión y una crueldad inconcebibles. Parecía el más bruto e inculto, el menos peligroso, y acabó siendo el único vivo, se cepilló a todos, que, por cierto, aunque más exquisitos y leídos, también eran para echar a correr (como se apunta en un momento dado sobre Trotski, jefe del ejército rojo y responsable de actos nefandos), igualmente feroces asesinos, intelectualmente, sin medida ni control.
Ramón Mercader/Jaques Mornard... es el elegido. Se trata de entrenarlo y que actúe, que sirva de medio, que acabe con la escisión revolucionaria. Un español en México. Una misión.
Cambio de identidad y un tema, quizás, por encima de todos (hay muchos): la verdad como un lujo al que hay que renunciar por el bien de una causa mayor, aunque esta se demuestre lejana, oscura e inalcanzable, y aunque esté manchada de horror y abominación. La verdad como una debilidad, turbia y floja frente al poder de la mentira, mucho más libre, rica y flexible.
La identidad como algo frágil y pesadillesco, moldeable, sin sustancia finalmente.
Las ideas como zona de guerra, excusa y sutil aberración en esta ocasión.
La amistad y el amor en sus dos vertientes, la más fiel e idealizada en el entorno de Trotski (quizás demasiado), y la más terrible y peligrosa en el caso Mercader (esa madre, Dios mío*). Tal vez se peque de cierto maniqueísmo, los estalinistas versus los trotskistas, los primeros quedan mucho peor parados, eran los más fuertes e implacables, los que vencieron finalmente.
El tono es adecuado, frío, esmerado. Le falta brillantez y mayor imaginación; todo es un poco pacato y relamido. Pero el resultado es apreciable, trabajo bien hecho.
Una correcta película que nos cuenta una historia que no por conocida (no demasiado entre las muchedumbres) es menos increíble y digna de un artesanal thriller histórico.
Matar a Trotski. La orden viene de Moscú, del ogro rojo, de esa fiera corrupia que una vez alcanzado el poder se dedicó a eliminar a la competencia con una precisión y una crueldad inconcebibles. Parecía el más bruto e inculto, el menos peligroso, y acabó siendo el único vivo, se cepilló a todos, que, por cierto, aunque más exquisitos y leídos, también eran para echar a correr (como se apunta en un momento dado sobre Trotski, jefe del ejército rojo y responsable de actos nefandos), igualmente feroces asesinos, intelectualmente, sin medida ni control.
Ramón Mercader/Jaques Mornard... es el elegido. Se trata de entrenarlo y que actúe, que sirva de medio, que acabe con la escisión revolucionaria. Un español en México. Una misión.
Cambio de identidad y un tema, quizás, por encima de todos (hay muchos): la verdad como un lujo al que hay que renunciar por el bien de una causa mayor, aunque esta se demuestre lejana, oscura e inalcanzable, y aunque esté manchada de horror y abominación. La verdad como una debilidad, turbia y floja frente al poder de la mentira, mucho más libre, rica y flexible.
La identidad como algo frágil y pesadillesco, moldeable, sin sustancia finalmente.
Las ideas como zona de guerra, excusa y sutil aberración en esta ocasión.
La amistad y el amor en sus dos vertientes, la más fiel e idealizada en el entorno de Trotski (quizás demasiado), y la más terrible y peligrosa en el caso Mercader (esa madre, Dios mío*). Tal vez se peque de cierto maniqueísmo, los estalinistas versus los trotskistas, los primeros quedan mucho peor parados, eran los más fuertes e implacables, los que vencieron finalmente.
El tono es adecuado, frío, esmerado. Le falta brillantez y mayor imaginación; todo es un poco pacato y relamido. Pero el resultado es apreciable, trabajo bien hecho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
* Caridad Mercader merecería una serie entera. Tremenda, atroz. De burguesa con dineros a revolucionaria entre desafueros, devorando a sus hijos como Saturno.
El final es acojonante. Ahí es donde estalla la verdad, sirve como metáfora ese hachazo, ese golpe brutal de piolet en la cabeza de Trotski, una escabechina espantosa, es el corazón de la obra, su esencia, así se resume el conflicto de intereses, ese agujero negro de la historia, ese estercolero pavoroso.
De cómo los sueños de absoluto suelen derivar hacia pesadillas alucinadas, cuentos de terror llenos de cadáveres.
Hay una extensa novela de Leonardo Padura que habla de estos mismos hechos, "El hombre que amaba a los perros". Y de los posteriores. Ramón Mercader pasó muchos años en la cárcel y acabó muriendo en Cuba. Separado de su madre que al intervenir chapuceramente en una posible fuga de la cárcel mexicana, la acabó saboteando indirectamente, por lo que el hijo se vio obligado a cumplir veinte años de vellón.
El final es acojonante. Ahí es donde estalla la verdad, sirve como metáfora ese hachazo, ese golpe brutal de piolet en la cabeza de Trotski, una escabechina espantosa, es el corazón de la obra, su esencia, así se resume el conflicto de intereses, ese agujero negro de la historia, ese estercolero pavoroso.
De cómo los sueños de absoluto suelen derivar hacia pesadillas alucinadas, cuentos de terror llenos de cadáveres.
Hay una extensa novela de Leonardo Padura que habla de estos mismos hechos, "El hombre que amaba a los perros". Y de los posteriores. Ramón Mercader pasó muchos años en la cárcel y acabó muriendo en Cuba. Separado de su madre que al intervenir chapuceramente en una posible fuga de la cárcel mexicana, la acabó saboteando indirectamente, por lo que el hijo se vio obligado a cumplir veinte años de vellón.