Farming cuenta una historia estremecedora. Que un joven negro termine convirtiéndose en un racista skinhead puede sonar a ficción, pero la verdad es que la historia que nos cuenta Adewale Akinnuoye-Agbaje, que es la suya, por cierto, es más vieja que el mundo: el pequeño, minúsculo paso que hay entre ser víctima y ser verdugo. Algo que está detrás, por cierto, de casi el 100% de los casos de bullying.
Farming nos habla de esto con un puñetazo de cruda realidad en la cara, mediante escenas que nos repugnan, que permanecen en la memoria, de una violencia física y sobre todo ambiental que encoge el estómago. No hay añadidos, aditivos, contemplaciones, o ninguna cosa que sobre en la narración de Agbaje. Es honestidad pura y crudeza máxima, con unos personajes muy bien perfilados y desarrollados, que nos resultan cercanos y nos inspiran compasión y lástima.
Por supuesto, hay que alabar la extraordinaria interpretación de Damson Idris, a quien el año pasado vimos en un capítulo de la quinta temporada de Black Mirror, en un trabajo profundamente conmovedor, extremo, dramático y brutalmente sincero. Se metamorfosea con Agbaje de forma admirable y pone un nudo en la garganta con las vivencias de Enitan. Junto a él, brilla como siempre también la siempre fantástica Gugu Mbatha-Raw (ver la incomodísima escena de su abuso a manos de los skins), y hay que reconocer la gran sorpresa que es Kate Beckinsale. Hacía muchos, muchísimos años que no veíamos a la protagonista de Underworld en un trabajo tan indie, tan netamente británico y tan sincero y arriesgado, y además lo borda. Bravo por ella.
En definitiva, una película de lo más necesaria y valiente en estos tiempos turbulentos que vivimos.

Lo mejor: Su honestidad y su carácter natural, sin ambages, sin añadidos, sin imposturas. La interpretación de Idris, Beckinsale y Mbatha-Raw.
Lo peor: En realidad nada. Simplemente no diríamos que es una obra maestra, tampoco.