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España España · Sevilla
Voto de Talibán:
6
Drama Después de pasar veinte años como prisionero político en un campo de trabajos forzados en Siberia, el arzobispo ucraniano Kiril Lakota (Anthony Quinn) es inesperadamente liberado por el presidente de la Unión Soviética (Laurence Olivier), que había sido su carcelero en Siberia, y enviado al Vaticano como asesor. Una vez en Roma, el Papa Pío XII (John Gielgud), que está gravemente enfermo, le nombra Cardenal. Mientras, el mundo vive en ... [+]
21 de marzo de 2013
33 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando era joven destrocé sin piedad esta película en el Cine-Club de curas al que iba, liberando torrentes de juvenil indignación contra el sacerdote que lo dirigía y tutelaba. No se lo merecía del todo. Antes que nada, decir que no era el típico producto que ofrecían esos establecimientos, que tiraban más bien por el lado que hoy llaman gafapasta: Bergman, Fellini, Tarkovski, Buñuel…, la primera de Fassbinder que vi en mi vida (que incluía el primer plano de un miembro sexual masculino que vi en una pantalla y que de alguna forma me inmunizó para los restos) fue en este Cine-Club. Hoy voy a gastar tiempo y espacio en decir lo que no dije en su día.

Creo, padre, que en esta película hay cuatro aspectos que deben considerarse.

El primero, al que dedica más tiempo la película, es el político. Qué debe hacer la Iglesia frente a la crisis mundial –cualquier cosa que ésta sea, desde el hambre hasta la guerra nuclear. Es lo peor de todo. Se sirve un menú que incluye reuniones de líderes mundiales que hablan a base de consignas con las banderas y retratos al fondo, planteamientos planos y simplones, y una solución final francamente ridícula. Sé que usted, que era un apasionado de la escuela soviética de montaje, está de acuerdo conmigo.

El segundo, menos malo pero aún poco convincente, es lo que usted llamaría el conflicto de moral individual. Qué debe hacer la Iglesia frente a la crisis personal de los individuos, encarnada en la infidelidad del periodista norteamericano y la reacción de su esposa. Es algo superficial, le falta garra, aunque proporciona una de las imágenes más curiosas de la película: el Papa Anthony Quinn –disfrazado de cura de calle- citando a San Pablo mientras se inclina con el brazo apoyado en la pared en la que se recuesta Barbara Jefford. El consejo le servirá para arreglar su matrimono, pero en la proyección reclamamos a voz en grito el inmediato beso.

Luego, la película muestra con detenimiento el rito interno vaticano de la elección papal. Esto sí está bien, y si por algo se sigue viendo hoy “Las sandalias del pescador” es por esta parte. Lástima del periodista pelmazo que insiste en narrarnos, explicarnos y subrayarnos lo que vemos.

Lo que más me gusta es el retrato de Teilhard de Chardin, camuflado bajo el nombre de padre Telemond, al que da vida Oskar Werner. Así, se completa el triángulo simbólico: Lakota, el hombre de Fe, Telemond, el intelectual y Leone, el vaticanista de la curia. Hay que dar las gracias a los guionistas, o a Morris West, por no ilustrarnos el asunto con una subtrama en la que el intelectual se vea enfrentado a sus propias contradicciones, por ejemplo, yo qué sé, viéndose obligado a dar cobijo a un asesino en serie.

Me parecen estupendas las escenas de interrogatorio y juicio que sufre Telemond por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Que cada miembro del tribunal conserve la indumentaria de su orden le da un aire entre escolástico y medieval muy curioso, al cual ayuda también el hecho de que los teólogos sean gente de la talla de Nial McGinnis, Leon McKern o Paul Rogers. ¡Ya ve que puedo decir cosas positivas de esta película, padre!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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