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Voto de Luis Guillermo Cardona:
10
Cine negro. Drama Un grupo de gángsters llega a un bar de carretera en el famoso Bosque Petrificado de Arizona, con el propósito de tomar a los ocupantes como rehenes. (FILMAFFINITY)
30 de marzo de 2009
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué placidez! ¡Qué encanto! ¡Qué delicada manera de removernos la conciencia y acariciarnos el alma! ¡Qué avanzada visión y cuánta sabiduría en un filme realizado en 1936!

Francois Villon (uno de los llamados “poetas malditos”), Robert Sherwood (autor de la obra teatral), Charles Kenyon y Delmer Daves (guionistas) y el director, Archie L. Mayo (quien había triunfado con “Bordertown”), suman un instante de honda inspiración para crear una obra de enorme sencillez, pero colmada de tanta profundidad que, por mérito propio, posee lacrado el sello de la perennidad.

Cine como éste nos confirma, una vez más, que la parafernalia y la ostentación, los derroches técnicos y los excesos efectistas, apenas sirven para camuflar la incapacidad y la superficialidad, porque casi todo lo amoroso, hermoso y verdadero, es profundamente sencillo. <<EL BOSQUE PETRIFICADO>> lo ratifica plenamente.

Alan Squier (Leslie Howard con su especial encanto inglés), es un escritor que, en busca de su propio destino, llega hasta un lugar llamado Black Mesa, en el que hay una gasolinera con una tienda que es atendida principalmente por Gabrielle Maple (una muy joven y preciosa, Bette Davis). Ambos empatizan enseguida y ella cae rendida ante la lucidez, la transparencia y la sutil percepción de la existencia que emana del visitante... un cierto grado de ligereza que también posee, apenas sirve para verlo más humano.

Gabrielle, quien lee con pasión y se sabe de memoria los poemas de Francois Villon, encuentra en Alan lo que no ha podido ver en Bob, el musculoso futbolista encargado de la gasolinera: trascendencia y entendimiento.

De Alan surgirán frases de esta suerte: “La naturaleza se las cobra y nos prueba su poderío, quitándoles el mundo a los intelectuales y devolviéndoselo a los monos”. “Nos hemos creído dueños de la naturaleza, pero los hombres a ella, nunca la conquistaremos”.

Cuando ellos, y otros especiales visitantes, se convierten en momentáneos cautivos de la pandilla de Duke Mantee (Humphrey Bogart en sus tiempos de malote), lo que sucede entre ellos quizás nos aproxime a la objetividad del destino y al reconocimiento del poder que ejercen sobre nosotros las mujeres. También veremos que, en la vida nada es casual porque todo es causal, y cómo, los que se juntan, siempre tienen algo que enseñarse los unos a los otros.

En un desértico, pero mágico paisaje que convida a la introspección, y en un modesto refugio más iluminado con luz interior que con lámparas o candelabros, la historia se desplaza por un sendero tal de autodescubrimiento, de dádivas y revelaciones que, cuando se nos da la última noticia, el único que puede alegrarse es el guardián, padre de la chica, quien estuvo ausente de las grandes confesiones.

Cabe terminar con las bellas palabras de Francois Villon:

“Yo he sembrado semillas en terreno árido / pero tú les darás fertilidad / y crecerán dando fruto”.
Luis Guillermo Cardona
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