Olja, una profesora de instituto, está cansada de sus alumnos: gritan, se comportan mal, y se pasan todo el día mirando al móvil. Un día, después de ser asaltada en su casa, descubre que uno de sus estudiantes puede ser su atracador. Ante esta situación, decide quitarles los teléfonos y encerrarlos en el instituto. Con esta premisa, el director y guionista serbio Stevan Filipovic desarrolla una historia que bien podría ser la misma de El club de los cinco de John Hughes, pero que se adapta a las obsesiones políticas y sociales del cine balcánico.

Lejos de aportar nada la cinematografía adolescente, el director se digna a repetir todos los clichés conocidos y por conocer: los típicos gamberros de clase, los empollones, los frikis, los drogadictos… A lo largo de su hora y media el espectador irá descubriendo uno a uno a sus más de veinte personajes con la sensación de que ya los conocía a todos. Por otro lado, el arco dramático de la gran mayoría es inexistente y la película termina sin llegar a ninguna conclusión. El resultado: una experiencia muy pobre y muy simple, asentada en un guión sin pena ni gloria que se recrea demasiado en el lado político de la historia. La Guerra de los Balcanes sigue viva en el imaginario serbio y sus personajes nunca la olvidarán. Lo mejor: el monólogo del personaje interpretado por Nikola Glišić en el que cuenta su traumática experiencia al salir del armario. Quizá, el único acierto destacable de toda la cinta.