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Voto de Kasanovic:
2
Drama Basada en una historia real que narra cómo Afshin Ghaffarian arriesgó todo en el año 2009 para formar una compañia de danza en su país natal, Irán, en medio de los conflictos políticos, las elecciones presidenciales de aquél año y desafiando la prohibición que rige en el país sobre el baile. (FILMAFFINITY)
29 de agosto de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace varios años, algunos medios occidentales se hicieron eco de la historia del joven iraní Afshin Ghaffarian. Para no revelar demasiados detalles, diremos que Afshin había fundado junto a unos amigos un grupo de danza, actividad prohibida por la república islámica. Tras bailar en la clandestinidad durante un tiempo, decidieron pasar a la esfera pública. Eso sí, con un aforo limitado y en un lugar alejado de la urbanización: el desierto. De ahí proviene el título de la película que aquí nos ocupa, El bailarín del desierto (Desert Dancer), dirigida por el británico Richard Raymond. Bajo la coletilla “basada en hechos reales”, la cinta intenta seguir los pasos de Afshin en suelo iraní a la vez que realiza una crítica sobre el régimen del país tomándose, eso sí, ciertas licencias sobre lo que parece que fueron los hechos reales.

El problema es que la película pierde muy pronto cualquier atisbo de credibilidad. Los personajes protagonistas son prácticamente modelos de conducta, el único atisbo de degeneración es la adicción a la heroína por parte de Elaheh, y aun así nos meten de por medio un pasado oscuro y un romance con Afshin para dotarla de mayor humanismo. Por el contrario, ningún personaje de entre los que apoyan el régimen conserva en su ser lo más mínimo de bondad, y no porque todos actúen con una perversidad brutal (servidor no se atreve a criticar este punto por ser desconocedor de la realidad iraní), sino porque los rostros de los actores encargados de darles vida siempre esbozan unos gestos tan fieros que rozan lo paródico. Además, la banda sonora se encarga de abrir todavía más esta brecha entre buenísimos y malísimos.

Poco a poco se nota que el núcleo argumental se pierde en cosas que no tienen mucho que ver con el asunto (la mencionada drogodependencia de Elaheh, por ejemplo) y, cuando llega la hora de dar un nuevo giro a la historia, queda tan forzado que hasta es complicado no esgrimir una mueca de desagrado. Lo comprobamos cada vez que Raymond dirige el objetivo hacia las marchas de Musaví ya que, lejos de esbozar esta situación como una imagen reivindicativa, queda más como una flagrante declaración política. Quizá la mejor parte en todas estas desviaciones argumentales se la lleven los propios bailes, tanto por la coreografía por el esfuerzo de los actores a la hora de llevarlos a cabo, aunque estén representados con un estilo tan videoclipero que provoca que su fuerza respecto del argumento caiga en picado.

Todo esto se completa con unas actuaciones bastante discretas, que rayan entre la mencionada sobreactuación de los “malos” y un palpable exceso de dramatismo en el resto de sus personajes. Freida Pinto tiene detrás de sí una importante legión de haters a lo largo y ancho de Internet, situación que en absoluto se revertirá con este papel, aunque realmente la actriz de Bombay tenía bastante difícil mejorar el texto que le entregaron. El protagonista Afshin está encarnado por un Reece Ritchie que, al menos, conserva cierto parecido físico con el personaje real. La mejor nota en este sentido se la llevaría Tom Cullen (que protagonizó Weekend) de no ser porque su personaje, Ardavan, está bastante mal construido y por tanto no da pie a desarrollar una gran interpretación. Tampoco ayuda a la credibilidad de la cinta, por cierto, que ninguno de ellos sea persa.

Flaco favor le hacen este tipo de películas a los que buscan un cambio de aires para la sociedad iraní. No es del todo criticable el tomar partido, ya que al fin y al cabo ese posicionamiento político puede corresponderse con una inquietud del artista; incluso no sería censurable intentar pintar a unos personajes de sádicos en contraposición a los buenos. No, el verdadero problema es cómo se transmite. Y aquí todo sale mal desde el principio. Aunque exista una base para demonizar al Basij, no se puede hacer de una manera tan evidente, porque de la crítica con fundamento se pasa a lo burdo, lo risible, lo simple, algo cercano a los Looney Tunes pero sin la chispa ni la gracia que tenían estos. En realidad, es el cine que realmente debería gustar a los que mandan en Irán, porque moverá a muy poca gente para posicionarse a favor de las reivindicaciones que aquí se hacen y, en cambio, no serán pocos los que se quejen de los innumerables rastros maniqueístas que desprende El bailarín del desierto durante muchos de sus minutos.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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