Las zonas y territorios fronterizos siempre han tenido algo de agreste o salvaje. Han sido objeto de disputas, pendencias, guerras más o menos crueles, o como en el caso de la película, contrabando de todo aquello por lo que se esté dispuesto a pagar.

Situada entre Eslovaquia y Ucrania, sigue la rutina de un clan de contrabandistas de tabaco, drogas y personas, enfrentados ante la crisis de su lucrativo negocio. La incorporación de Eslovaquia al acuerdo de Schengen, con la supresión de los controles fronterizos interiores y su traslado a los exteriores, hace peligrar esa forma de vida, y exige de los criminales, un reciclaje en sus prácticas que necesariamente acarrea daños colaterales. Ya se presupone como se arreglan las diferencias con sujetos de semejante calaña.

Y de nuevo se nos plantea el eterno dilema entre prohibición o apertura. Toda restricción conlleva su mercado negro, aflorando a su alrededor, mafias prestas a sacar tajada de la demanda. La ley seca en Estados Unidos alumbró a Al Capone, así como el veto de las drogas origina los narco estados.

Aquí los protagonistas no tienen la talla de los anteriores, y resulta atractivo el retrato que hace el director de estos delincuentes de medio pelo, maleantes locales, a los que su escasa talla como malhechores no les hace desmerecer en barbarismo.

El film acierta en la forma de plantear temáticas como la corrupción y la traición, pareciéndome verosímil lo que se nos está mostrando. Solo al final el director, queriendo dejar su sello distintivo, hace una propuesta que a algunos podrá resultarles sofisticada u original, aunque no llego yo a pillar la gracia a ciertas ironías.

Seguramente serán cosas mías