El cine rumano sigue gozando de buena salud y el primer largometraje de la realizadora Ioana Uricaru así lo demuestra, un drama que hoy cobra importancia y vigencia ante la gran cantidad de hechos alrededor del mundo en donde inmigrantes padecen el racismo y discrimación.

Mara (Mãlina Manovici) es una mujer rumana que ha viajado a los Estado Unidos para encontrar un trabajo mejor pagado, ella además ha conocido a un hombre con quien forma una pareja, que le ayuda en sus trámites para obtener su residencia legal, y así poder darle una mejor vida a su pequeño hijo con quien se reencuentra después de estar un tiempo separados.

Pero cuando por fin acude a su cita para tramitar su green card, todo empieza a complicarse cada vez más, Mara empieza a sufrir actos de discriminación y abusos que la llevan a un laberinto aparentemente sin salida.

La película, filmada completamente en los Estados Unidos, mantiene ciertos rasgos propios del cine rumano reciente, que abraza el realismo de las situaciones sociales que se narran, con largas e intensas conversaciones y que son visualmente simples y sin grandes estridencias.

La película consigue mantener la intensidad del relato sin llegar a hacer uso del tremendismo, pese a que la protagonista pasa por una y más situaciones desagradables que se van acumulando, pero sin desbordarse y dotando al filme de una precisa emotividad, manteniendo la personalidad propia de su cine sin dejarse seducir por hacer algo parecido al cine estadounidense.

A la película la salvan la buena mano de la directora para manejar el drama, las actuaciones contenidas y otras buenas decisiones que no permiten que la historia se vaya hacia el melodrama desbordado, siendo así otra buena muestra de la madurez del cine rumano.

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