A Joe Dante lo soltaron en mitad del río y le dijeron que nadase a contracorriente.

La responsabilidad sería de alguna lumbrera que pensó en aprovechar el éxito de "Tiburón" (leáse Roger Corman) y se sacó de la manga un kit de ideas para un pseudo-guion: un río en vez de un mar, un ermitaño montañés en vez de un marinero, un lago en vez de una playa, decenas de muertos en vez de un insignificante puñado de víctimas, chicas en bikini en vez de tiarrones sin afeitar con gorro de lana sentados en la proa de un barco y, lo que es más importante, pirañas en vez de un mísero tiburón.

Así que, Joe, ponte el bañador y echa a nadar.

Y la cosa tiene su gracia. Porque el film nunca pretende aparentar algo que no es. Los personajes son irritantemente estúpidos, la trama se hilvana mediante una serie de decisiones absurdas y, para pasar el rato, emergen escenas de free-blood-session para dejar claro que las pirañas muerden. Y cuando muerden, hacen pupa.

Creo que hasta John Carpenter habría tenido reparos en dirigir la película.

¿Por qué cruzar la valla si hay un cartel que lo prohibe? ¿Por qué darle a la palanquita cuando me dicen que no la toque? ¿Por qué bañarme cuando me advierten que hay algo en el agua? ¿Por qué ir en coche cuando podemos ir en balsa?

Joe Dante demuestra sin complejos que le importa un pimiento la respuesta a estas preguntas y a las miles que se podrían hacer al respecto del film. A él le dieron una historia insalvable y le dijeron que nadase río arriba.

Bastante consiguió sacando a flote una película a ratos divertida y siempre entretenida.