En este tipo de historias, en el que el factor psicológico tiene un fundamental protagonismo, un planteamiento guionístico y de dirección basado en los recursos básicos de las historias de situación o de acción, no puede más que fracasar. El enfrentamiento entre el soldado y el sargento, el pulso de personalidades en que se cimenta este filme no llega a buen puerto precisamente por una labor de dirección que no está a la altura del planteamiento. Además, parece contaminada por estilemas más bien típicos de los telefilmes rápidos y baratos. Incluso la interpretación de Martin Sheen parece llevada a cabo sin ganas y el espectador no puede entender, merced al guión mal desarrollado y a la interpretación pobre, cómo el personaje que él interpreta puede acabar trastornado. Tampoco entendemos por qué el soldado odia al sargento, nadie nos lo explica. Aún así, ahí tenemos a Laurence Fishburne, grande como siempre, las escenas coreografiadas de los desfiles de los prisioneros, un cierto aire humanista en el dibujo de las relaciones entre los reclutas que da verosimilitud al relato y un ritmo, a pesar de todo, que logra que la peli se pueda ver sin aburrimiento.