Media votos
6.4
Votos
4,211
Críticas
702
Listas
12
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Taylor:
6
5.8
9,188
Drama
Bernie LaPlante (Dustin Hoffman), un ladronzuelo vagabundo que se dedica a hacer trapicheos para vivir, rescata a varias personas tras un accidente de avión y luego desaparece. Entre los pasajeros se encuentra Gale (Geena Davis), una ambiciosa reportera de televisón que quiere encontrar al anónimo héroe. Su única pista es un zapato que Bernie perdió. El otro zapato lo tiene John Bubber (Andy Garcia), un vagabundo veterano de Vietnam que ... [+]
17 de noviembre de 2009
27 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que no tengo madera de héroe ni creo que, a estas alturas, jamás la llegue a tener. Pero, a veces, la imprevisible contingencia de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado puede empujarte a actuar como tal. Supongo que eso mismo me sucedió a mi mismo cuando ayer tarde tuve que socorrer a una muchacha en pleno ataque epiléptico. Bueno, a decir verdad, no tengo ni repajolera idea de si era un ataque epiléptico o no, pero tenía toda la pinta. La chica estaba en el suelo, rígida como una tabla y padecía fuertes convulsiones. Su rostro estaba amoratado, casi azul, y sus estertóreos jadeos indicaban claramente que se estaba ahogando. Varios clientes y empleados del comercio en el que trabajo la rodeaban, pero nadie hacía nada. Solo se oían gritos y carrerillas por los pasillos. “¡La lengua! -decía uno- ¡se ha tragado la lengua!”. “¡Hay que abrirle la boca!” –decía otro- “¡Se está muriendo, coño!”. Pero nadie hacía nada. Su madre solo decía “¡mi hija!, ¡es mi hija!”, pero poco más.
Casi sincrónicamente, el cliente más decidido y un servidor nos arrodillamos a su lado con el propósito de abrirle la puñetera boca. Las primeras tentativas fueron un verdadero fiasco. La muchacha tenía las mandíbulas cerradas como un cepo para osos y no había cojones a separárselas. “¡Se nos va, se nos va!” gritaba alguien. “¡Cagon dios!” –pensé- “¡hay que abrirle esas fauces, joder!”. Agarré una gruesa revista que alguien me pasó y tiré de su barbilla hacia abajo. Su dentadura se entreabrió unos milímetros, pero no lo suficiente para poder encajarle el lomo de la revista. Mi tosca maniobra le causó una pequeña herida en la comisura, pero seguí forcejeando dispuesto a incrustarle sí o sí esa puta revista entre los dientes. Afortunadamente, el segundo intento fructificó y conseguí que sus agarrotados maxilares cedieran lo justo para que mordiera esa improvisada cuña. Instantáneamente, ese milagroso resquicio abasteció nuevamente de aire a sus pulmones y su respiración recobró, poco a poco, el ritmo normal. El rostro de la chica se descongestionó y su confusa mirada recorrió la de los presentes hasta que se clavó en la mía. Lo más probable es que la pobre no supiera qué coño le había pasado pero, ¡Dios, jamás la mirada de una desconocida me había dicho tantas cosas!.
Veinticinco minutos después llegó el ambulancia.
(sigo en spoiler por problemas de espacio)
Casi sincrónicamente, el cliente más decidido y un servidor nos arrodillamos a su lado con el propósito de abrirle la puñetera boca. Las primeras tentativas fueron un verdadero fiasco. La muchacha tenía las mandíbulas cerradas como un cepo para osos y no había cojones a separárselas. “¡Se nos va, se nos va!” gritaba alguien. “¡Cagon dios!” –pensé- “¡hay que abrirle esas fauces, joder!”. Agarré una gruesa revista que alguien me pasó y tiré de su barbilla hacia abajo. Su dentadura se entreabrió unos milímetros, pero no lo suficiente para poder encajarle el lomo de la revista. Mi tosca maniobra le causó una pequeña herida en la comisura, pero seguí forcejeando dispuesto a incrustarle sí o sí esa puta revista entre los dientes. Afortunadamente, el segundo intento fructificó y conseguí que sus agarrotados maxilares cedieran lo justo para que mordiera esa improvisada cuña. Instantáneamente, ese milagroso resquicio abasteció nuevamente de aire a sus pulmones y su respiración recobró, poco a poco, el ritmo normal. El rostro de la chica se descongestionó y su confusa mirada recorrió la de los presentes hasta que se clavó en la mía. Lo más probable es que la pobre no supiera qué coño le había pasado pero, ¡Dios, jamás la mirada de una desconocida me había dicho tantas cosas!.
Veinticinco minutos después llegó el ambulancia.
(sigo en spoiler por problemas de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Probablemente cualquiera hubiera hecho lo mismo pero si es verdad que le salvé la vida, doy gracias a Dios, al destino o a quién sea por haberme estrujado los huevos hasta conseguir que esa moza recuperara el aliento. No soy ningún héroe ni nunca quisiera volver a encontrarme en una situación semejante, pero ese feliz desenlace me hizo replantearme muchas cosas. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que nos pasemos media vida litigando por estupideces cuando está visto y comprobado que en una situación límite somos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos? Qué raros somos los humanos ¿no?
Respecto a la peli diré que, no siendo nada del otro mundo, plantea -más o menos- esa misma cuestión. La de los héroes anónimos y accidentales. Y aunque tanto mi compañero de fatigas como yo ejercimos más de Dustin Hoffman que de Andy García, tampoco era cuestión de pelearnos para colocarnos medallitas. Eso sí, cuando la atribulada mamá me espetó, desde el ambulancia, “¿pasa algo si dejo el coche en el parking hasta mañana?” y yo le contesté “Nada, mujer. No se preocupe”, no hubiera estado de más añadirle a su despedida un triste y lacónico “gracias, muchachos”. ¿O era pedir demasiado?
Respecto a la peli diré que, no siendo nada del otro mundo, plantea -más o menos- esa misma cuestión. La de los héroes anónimos y accidentales. Y aunque tanto mi compañero de fatigas como yo ejercimos más de Dustin Hoffman que de Andy García, tampoco era cuestión de pelearnos para colocarnos medallitas. Eso sí, cuando la atribulada mamá me espetó, desde el ambulancia, “¿pasa algo si dejo el coche en el parking hasta mañana?” y yo le contesté “Nada, mujer. No se preocupe”, no hubiera estado de más añadirle a su despedida un triste y lacónico “gracias, muchachos”. ¿O era pedir demasiado?