Una de las cosas que no te cuentan de ser padre es que tienes que tener permanentemente un dispositivo (preferiblemente más) con Pocoyó, Sunny Bunnies y otras series infantiles en bucle si quieres un mínimo de tranquilidad. Lo más perturbador es que, aunque al cabo de dos años es probable que hayas terminado viendo cada episodio no menos de cien veces y crees que te los sabes de memoria, me sigo quedado embobado mirando la pantalla viendo una vez más cómo las hormigas le quitan las hortalizas a Pocoyó o cómo no hay problema que no se pueda arreglar con una fiesta. Ocasionalmente, me sorprendo descubriendo detalles que me habían pasado desapercibidos hasta ese momento.

“Friends: aventura en la isla de los monstruos” tiene una factura técnica muy cuidada. Sunny Bunnies y Pocoyó están muy bien hechas, pero esto es otro nivel. La animación es fluida, vistosa y llena de detalles, muy agradable de ver. El problema, por lo menos para mí, es que no me enteré de nada. Los personajes y sus acciones me resultaron totalmente ajenos a la comprensión, quizá por una excesiva dependencia con la cultura japonesa, quizá por una excesiva sofisticación de la simpleza. A lo mejor para los más pequeños, que sólo buscan imágenes en movimiento y sonidos random, sea todo un espectáculo, pero como adulto me sentí perdido y, como consecuencia, aburrido. A lo mejor lo que tengo que hacer es esperar a que los críos tengan edad para preguntarles y que me la expliquen… aunque no creo que me arriesgue, no sea que los que hagan preguntas sean ellos y no sepa qué decirles.