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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
3
Thriller. Intriga. Cine negro El director de un colegio es sorprendido por un alumno cuando comete un asesinato; no tendrá entonces más remedio que eliminar también al único testigo ocular. (FILMAFFINITY)
17 de septiembre de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces, si alguien sigue mis críticas, debe preguntarse por qué veo determinadas cosas, por ejemplo, el bodrio que nos ocupa. Intentaré explicarme: Ray Milland fue uno de los galanes más emblemáticos del cine clásico. Sylva Koscina alimentó las fantasías eróticas de muchos compañeros de generación en aquellas sesiones dobles de reestreno los sábados por la tarde. Es curioso que cuando Milland llegó a su cúspide, cuando Hitchcock le dio uno de los papeles de su vida en Crimen perfecto (el otro es, forzosamente, Días sin huella), en lugar de quedarse allí se precipitó al abismo. Después de La muchacha del trapecio rojo, inició la decadencia. Empezó a compaginar películas dirigidas por él (malas, en el mejor de los casos) con la televisión, refugio de tantos, y ni siquiera sus dos trabajos con Corman reanimaron su carrera. Pasó a formar parte del batallón de viejas glorias que hacían apariciones "especiales" en espantosas películas de terror, y acabó en las garras de fabricantes de basura españoles (su última película fue, por desgracia, Serpiente de mar, del inenarrable Amando de Ossorio). En cuanto a Sylva, bien, nos interesaban más sus bien torneados volúmenes que sus relativas dotes interpretativas. Ambos se encuentran, pues, en su decadencia en Un par de zapatos del 32, una vulgar intriga que no se sostiene ni con cruzado mágico. Obviemos el degradante peluco del actor y la aparición de Ramiro Oliveros, siempre con pinta de macarra de burdel de La Jonquera. Sylva sale muy vestida, chicos.
Eduardo
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