De los pocos diálogos que encontramos destaco las quejas de uno de los personajes femeninos porque donde vive no tienen ni siquiera un lugar sagrado al acudir. Por no tener, no tienen ni un punto de reunión de la fe que profesan. No olvidemos que en Sri Lanka empuja mucho la religión, lo mismo cingaleses que tamiles, de tendencia budista o hinduista, lo cierto es que la película no quiere ir por ahí aunque la pasada guerra civil es un contexto que no se puede pasar por alto. De hecho, la guerra trasciende y marca demasiado, no sólo por ese tanque que asoma de vez en cuando, no por los fusiles o el camión repleto de soldados, hablamos de marcar a las personas y hacerles el daño interior que sí es lo que quiere subrayar "La terre abandonnée (The Forsaken Land)"; efectivamente, una tierra abandonada.

La realidad de Sri Lanka es la que es, un país rico con mucha pobreza, actualmente en una caída libre peligrosa, aunque eso da igual. Lo que vemos aquí no es cine para todos, se nota que cada plano está medido al milímetro, incluso las pausas y los monólogos están muy calculados. Cada imagen, cada mínima palabra, la aparición de un personaje y las huellas de otro. Se crea una atmósfera extraña. Estamos casi en un desierto, pero llueve mucho, una niña se queja porque no crece y los instintos sexuales aparecen sin restricciones a falta de comunicación, porque la muerte no la vemos, pero se intuye, su pasado marca un presente destruido. Apenas hay lugar para la esperanza, todo es gris y hay pocos motivos para ser optimista. Pero venir a Sri Lanka creo que valió la pena.

Muchos se irán corriendo de aquí. No es cine para todos. Además, son casi veinte años de su presentación.

No obstante, no es ningún desastre ni es perder el tiempo acercarse. Aunque no sea la alegría de la huerta.