Primera escena: Willem Dafoe se droga y empieza a ver cosas raras en una casa donde las habitaciones tienen diferencias en la luz y el color de las paredes. Llegan dos gordas y la cosa se desmadra mientras suena una versión de una canción que ya pudimos escuchar en “Kill Bill vol. 1”. ¡Empezamos mal!
Ahora sale Nicolas Cage y nos cascan una secuencia en blanco y negro sin que venga a cuento.
Ya en pocos minutos, se ve a las claras que es una de esas películas en las que el director se tira la chulería de no hacer una filmación convencional, pero que no le sale nada bien y queda como un burdo imitador de Quentin Tarantino.
Empiezan los golpes de estos tres delincuentes y parece que la cosa va a mejorar, pero solo lo parece y es por poco tiempo.
De buenas a primeras se van de putas y se supone que me tiene que hacer gracia ver a una prostituta masturbando a Willem Dafoe mientras con la otra mano está con el móvil.
Lo he dicho hasta la extenuación y seguiré diciéndolo siempre: una de las peores cosas que nos podemos encontrar en el cine es cuando la comedia intenta hacer reír y en realidad da vergüenza ajena. Aquí eso no está tan acusado, pero se cumple.
La película sigue avanzando proporcionalmente a mi aburrimiento, entre diálogos muy estúpidos, escenas de humor negro sin sentido que no terminan de funcionar y una larga sucesión de tonterías.
No es la primera ni será la última vez que intentar emular al director de “Pulp fiction” y les sale completamente rana.
Por ejemplo, ver a Dafoe confesando que lo único que quiere en la vida es amor incondicional (cerca del final de la película), es un momento realmente patético.
Y por fin, tras casi hora y media de tedio y mal cine, llegamos a una “apoteósica” escena final en la que se mezclan un reverendo y su mujer, música espiritual de fondo, y efectos de luces rojas y azules en la niebla. ¡Toma visión poética!
No hay nada que hacer ya. Por más oportunidades que le den, desde hace tiempo todo en lo que sale Nicolas Cage es malo.