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Western
Brett McBain, un granjero viudo de origen irlandés, vive con sus hijos en una zona pobre y desértica del Oeste americano. Ha preparado una fiesta de bienvenida para Jill, su futura esposa, que viene desde Nueva Orleáns. Pero cuando Jill llega se encuentra con que una banda de pistoleros los ha asesinado a todos. (FILMAFFINITY)
10 de noviembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Western siempre ha sido una de las máximas representaciones del cine norteamericano. Alcanzó su máximo esplendor en la edad de oro de Hollywood y se caracterizó por mostrar la problemática social que la expansión de la civilización encontró en su camino hacia la costa del pacífico. Este género redefinió la figura del héroe, un personaje sacado de las novelas de caballerías quien, a lomos de su rocín, se dedicaba a salvar a damiselas en apuros o a pequeños comerciantes extorsionados por despiadados grupos de salvajes. Se adaptó la personalidad de estos caballeros por una mucho más ruda, cambiando la sagaz retórica y finos modales por el sarcasmo descarado y el tabaco de mascar, el inquebrantable honor por la picardía, y el espíritu desinteresado de aquellos que se contentaban con servir a su rey, por los caza recompensas que no conocían otra ley que la del oro.
Antes de su completa desaparición, allá por los 70, nació el Spaghetti Western, denominado de esa manera, no sólo como indicativo de la procedencia de sus películas (españolas e italianas), sino también por la forma en la que la crítica se refería a ellas para menospreciar la calidad del producto. Y es que este subgénero siempre fue la vergüenza de la familia, la oveja negra del rebaño, todo eran producciones infumables con una puesta en escena mediocre y pésimos guiones; esto era así… hasta que llegó su hora. Y su hora llegó el día que apareció Sergio Leone para revolucionar la industria cinematográfica, dando un golpe de autoridad y con un más que ajustado presupuesto supo encontrar la clave que le llevaría al éxito, y que otorgó al western un homólogo europeo a la altura. Dicha clave residió en un talento innato para la dirección, acompañado de una gran fotografía y de dos geniales colaboradores; el primero, uno de los mayores iconos el cine, poseedor de una mirada como no ha habido otra y el actor que reinventó la figura del fuera de la ley, Clint Eastwood, quien con su poncho, su sombrero lleno de polvo y su barba de 2 días, se convirtió en el referente de la trilogía que compusieron, Por un Puñado de Dólares, 1964, La Muerte tenía un Precio, 1965, y El bueno el Feo y el Malo, 1966; su otro colaborador fue el compositor Ennio Morricone, que consiguió dar a la música un protagonismo casi absoluto en las más de quinientas películas a las que puso la banda sonora, siendo el creador de las mejores canciones que se han escuchado jamás en la gran pantalla.
En esta ocasión, el director, no contó con Eastwood, de hecho el proyecto de Once Upon a Time in the West le fue impuesto de manera inesperada al director, siendo Charles Bronson el encargado del papel principal. Este dato no hizo que el realizador se abrumara, todo lo contrario, aceptó el reto de la mejor manera posible. Un director que sabe mejor que nadie donde ha de colocarse una cámara, el tiempo que ha de esperar hasta dar paso al siguiente plano, o la cantidad de palabras que una mirada o un gesto pueden ahorrar, supo sacar una de las mejores interpretaciones de Bronson en su prolífica carrera. Pero lo mejor estaba por llegar; habiéndose ganado el favor de productores e inversores, tuvo una petición muy especial para el rol de malo: Henry Fonda. En un papel que rompería con su faceta de héroe apuesto, que tan buenos resultados le había dado junto a directores como Sidney Lumet interpretando al único hombre compasivo de aquellos 12 hombres sin piedad, 1957, Fritz Lang, Pretson Sturges, Hitchcock, Vidor e incluso en sus muchas colaboraciones con el maestro John Ford, donde dejó clara su aportación al western, aunque siempre del lado de “los que visten de blanco”. Sin embargo, otros planes tenía para él Leone, vistiéndole de negro por primera vez y haciendo que aquella fría mirada se mostrara indolente, oculta tras un pañuelo, mientras cometía los actos más atroces de todo el oeste. Otra de las sorpresas de la cinta fue la actriz Claudia Cardinale, pese a que Leone no era muy partícipe a otorgar papeles importantes a mujeres, no pudo evitar rendirse a los encantos de la artista, que llegó a convertirse en todo un mito erótico de la época.
La trama es la recurrente en este tipo de películas pero, por la forma en la que está presentada, podría decirse que es el prototipo del cine del oeste. Es la lucha del bien contra el mal, blanco contra negro. Un niño al que se echó sobre sus hombros el peso de una responsabilidad que no podía soportar y que con el paso de los años convirtió el triste son de la armónica, que con violencia le fue introducida en la boca, en la música de una muerte anunciada, que perseguirá a Frank durante todo el metraje hasta que consiga recordarla.
Pero no es realmente la historia, brillantemente escrita por Leone, Dario Argento y Bernardo Bertolucci, lo que llama la atención en esta ocasión, sino la manera en la que está contada.
Antes de su completa desaparición, allá por los 70, nació el Spaghetti Western, denominado de esa manera, no sólo como indicativo de la procedencia de sus películas (españolas e italianas), sino también por la forma en la que la crítica se refería a ellas para menospreciar la calidad del producto. Y es que este subgénero siempre fue la vergüenza de la familia, la oveja negra del rebaño, todo eran producciones infumables con una puesta en escena mediocre y pésimos guiones; esto era así… hasta que llegó su hora. Y su hora llegó el día que apareció Sergio Leone para revolucionar la industria cinematográfica, dando un golpe de autoridad y con un más que ajustado presupuesto supo encontrar la clave que le llevaría al éxito, y que otorgó al western un homólogo europeo a la altura. Dicha clave residió en un talento innato para la dirección, acompañado de una gran fotografía y de dos geniales colaboradores; el primero, uno de los mayores iconos el cine, poseedor de una mirada como no ha habido otra y el actor que reinventó la figura del fuera de la ley, Clint Eastwood, quien con su poncho, su sombrero lleno de polvo y su barba de 2 días, se convirtió en el referente de la trilogía que compusieron, Por un Puñado de Dólares, 1964, La Muerte tenía un Precio, 1965, y El bueno el Feo y el Malo, 1966; su otro colaborador fue el compositor Ennio Morricone, que consiguió dar a la música un protagonismo casi absoluto en las más de quinientas películas a las que puso la banda sonora, siendo el creador de las mejores canciones que se han escuchado jamás en la gran pantalla.
En esta ocasión, el director, no contó con Eastwood, de hecho el proyecto de Once Upon a Time in the West le fue impuesto de manera inesperada al director, siendo Charles Bronson el encargado del papel principal. Este dato no hizo que el realizador se abrumara, todo lo contrario, aceptó el reto de la mejor manera posible. Un director que sabe mejor que nadie donde ha de colocarse una cámara, el tiempo que ha de esperar hasta dar paso al siguiente plano, o la cantidad de palabras que una mirada o un gesto pueden ahorrar, supo sacar una de las mejores interpretaciones de Bronson en su prolífica carrera. Pero lo mejor estaba por llegar; habiéndose ganado el favor de productores e inversores, tuvo una petición muy especial para el rol de malo: Henry Fonda. En un papel que rompería con su faceta de héroe apuesto, que tan buenos resultados le había dado junto a directores como Sidney Lumet interpretando al único hombre compasivo de aquellos 12 hombres sin piedad, 1957, Fritz Lang, Pretson Sturges, Hitchcock, Vidor e incluso en sus muchas colaboraciones con el maestro John Ford, donde dejó clara su aportación al western, aunque siempre del lado de “los que visten de blanco”. Sin embargo, otros planes tenía para él Leone, vistiéndole de negro por primera vez y haciendo que aquella fría mirada se mostrara indolente, oculta tras un pañuelo, mientras cometía los actos más atroces de todo el oeste. Otra de las sorpresas de la cinta fue la actriz Claudia Cardinale, pese a que Leone no era muy partícipe a otorgar papeles importantes a mujeres, no pudo evitar rendirse a los encantos de la artista, que llegó a convertirse en todo un mito erótico de la época.
La trama es la recurrente en este tipo de películas pero, por la forma en la que está presentada, podría decirse que es el prototipo del cine del oeste. Es la lucha del bien contra el mal, blanco contra negro. Un niño al que se echó sobre sus hombros el peso de una responsabilidad que no podía soportar y que con el paso de los años convirtió el triste son de la armónica, que con violencia le fue introducida en la boca, en la música de una muerte anunciada, que perseguirá a Frank durante todo el metraje hasta que consiga recordarla.
Pero no es realmente la historia, brillantemente escrita por Leone, Dario Argento y Bernardo Bertolucci, lo que llama la atención en esta ocasión, sino la manera en la que está contada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La cantidad de recursos de un director que alcanzó la perfección con esta cinta, en la que logra que parezca que la historia transcurra como si estuviera rodada en una sola toma. No es lo que cuenta, sino de qué manera la música, el decorado, los actores, la cámara y todos los elementos se combinan entre sí para formar un regalo sensorial. De repente el volumen de la música se incrementa, el melancólico sonido de una armónica, que todo el mundo parece reconocer con estupor, presagia que algo importante está por acontecer. Una lámpara caprichosa que, con su movimiento oscilante, alumbra y esconde intermitentemente los ojos de un Charles Bronson salido de la nada, un primer plano que es en sí una obra de arte, un agujero de bala en la chaqueta, un revólver errante que, objeto de miradas furtivas, se muestra tan cercano como inalcanzable teniendo en cuenta la rapidez del oponente. Aun así se muerde el anzuelo, se prueba suerte en esta ocasión en la que parece que todo juega a favor, se peca de exceso de confianza, y en respuesta se obtiene una descarada provocación. Sin separar la armónica de la boca del protagonista, Leone hizo la presentación más espectacular de un personaje en la historia del cine.