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España España · Palma (Mallorca)
Voto de Miquel:
7
Western Un ranchero de Arizona (Spencer Tracy) dirige sus propiedades y educa a sus hijos de forma tiránica. Cuando está a punto de morir, su hijo mayor se rebela contra él y se adueña del rancho. (FILMAFFINITY)
19 de septiembre de 2005
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirigida por Edward Dmytryk, es un remake en clave de western de "Odio entre hermanso" (1949), de Mankiewicz, inspirada en "El rey Lear", de Shakespeare. Obtuvo al Oscar al mejor argumento (Philip Yordan) y una nominación al Oscar a la mejor actriz secundaria (Katy Jurado). La productora fue Sol C. Siegel ("La novia era él").

La acción se desarrolla en tierras ganaderas del Oeste de Chicago entre 1880 y 1888. Narra la historia de Mattew Deveraux (Spencer Tracy), emigrante irlandés, que se estableció en el lugar hacia 1860, donde levantó un rancho de 50.000 reses. Su mujer, Helen, madre de tres hijos, murió en el empeño. Contrajo segundo matrimonio con la hija de un jefe indio (Jurado), con la que tuvo un hijo, Joe (Robert Wagner), el preferido. Matt gobierna el rancho con mano de hierro, de modo absoluto y tiránico, lo que le granjea el resentimiento de los hijos, especialmente del mayor, Ben (Richard Widmark). A través de Matt se exalta la valentía y el coraje de los primeros colonizadores, que enriquecieron la tierra con una ganadería próspera. También se exalta el talante tolerante y comprensivo con los indios, a quienes conocieron y trataron durante años. Los hijos no aprecian la tierra como los padres y ven con recelo una ganadería de futuro incierto. La venta de tierras les ha de brindar la oportunidad de invertir en actividades más lucrativas. De ahí que entre padre e hijos se abra una brecha de enfrentamientos y odios. La inadaptación de Matt a la nueva realidad le lleva a cometer errores, que le acarrean problemas y le debilitan. Las grandes compañías petrolíferas e industriales se han convertido en los protagonistas de la nueva era, no apta para el primitivismo de los pioneros. Las pasiones humanas emergen, sobre todo, en épocas de inquietud y cambios. Los hijos de Deveraux, avejentado y enfermo, le arrebatan el gobierno del rancho, desoyen sus consejos y súplicas y desean su muerte. Cuando Joe sale de prisión, donde purgó las culpas del padre, sus hermanos le hacen una oferta razonable, que rechaza poseído por deseos de venganza. Ben y Joe se necesitan mutuamente, son dos almas atormentadas por igual, pero no se entienden porque la envidia y el resentimiento les nublan la razón.

La música acompaña con orquesta de viento y percusión el relato, al que trasmite solemnidad, grandeza y trascendencia. La fotografía muestra paisajes espléndidos y desarrolla un discurso visual cautivador, en el que brilla la figura vestida de blanco de Bárbara (Jean Peters). La interpretación de Spencer Tracy y las de Wagner, Widmark y Jurado son convincentes. El guión ofrece una discutible narración en flashback. La dirección de Dmytryk, conocedor en carne propia de la intolerancia y el fanatismo, da a la obra un toque personal de gran emoción.

Con la última intervención en el cine de Jean Peters, la película ofrece una historia de valor universal, más inteligible que la de Mankiewicz, aunque de menor solidez dramática.
Miquel
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