Ripstein es un cineasta de excesos. Podría detallar y entretenerme en ello, pero prefiero (esta vez) quedarme solo con esa afirmación. En el caso de esta película, sin embargo, el exceso está dado por los ribetes de la historia más que por la forma que esta adopta a manos del director mexicano. Y es que la inquisición, por supuesto, parece ser a priori una manifestación certera del espíritu mismo del exceso, si es que aquello es posible más allá de la aparente contradicción que suscitan esas palabras.

Más allá de ello, sin embargo, la película nos muestra la fe misma como otro desborde, a partir del cual el comportamiento humano se revela siempre proclive a lo desmedido y destemplado.

Así, con un ritmo aparentemente lento y pausado, la narración es llevada de buena forma, utilizando frases sacadas de los procedimientos de la época que han sobrevivido hasta nuestros días. Esto último, que si bien es cierto le da un soporte sólido al argumento, es también uno de los elementos que dificulta que los diálogos del film lleguen de forma más fluida hasta los espectadores, transformando, por momentos, a esta obra, en una película que ofrece para el público masivo, ciertas dificultades para seguir su desarrollo.

No obstante lo anterior, la obra sabe construir una atmósfera adecuada para el desarrollo de las acciones, que son dirigidas hacia un final bien construido, sobre todo desde la puesta en escena de sus últimas secuencias, que dan cuenta de un arduo trabajo por reproducir fielmente la realidad histórica y el comportamiento social que llega hasta nosotros a partir de diversos documentos que el director y quienes trabajaron con él, sin duda han tenido en cuenta.

Una buena película, en resumen. Sólida. Excedida desde las creencias y las normas que buscan ser fieles a la grandeza de esa fe. He ahí exceso.

6,6 o 6,8 /10