Destacaría en esta reseña el papel del Ejército USA en las comedias románticas como esta, una presentación tipo gran familia dispersa a lo largo del mundo. El jefe, en este caso un coronel, será un hombre siempre enfurruñado pero con gran corazón, un auténtico padrazo. Le acompañará el mayor, el típico segundón gracioso cuyo papel es hacer la pelota al coronel (esto sí que es real) y ser blanco de las gracias. La teniente será mujer, y cuando digo mujer digo mujer rubia, alta y estilizada, y, desde luego, el personaje serio y más centrado; y luego, la policía militar, intransigentes y prestos a cumplir con el deber. Una gran familia.

Por tanto el mando decide dar un permiso especial a la tropa. La tropa es todo un repertorio de tíos divertidos, tramposos y enfrentados entre sí para que siga la juerga. Como no pueden dar el permiso a todos, se lo dan a uno, al más caracterizado, en este caso es el cabo Tony Curtis. Y lo invitan con todos los gastos pagados nada más y nada menos que a París. Pero claro, al cabo lo tienen que tener controlado, lógicamente, son militares y no pueden dejar que se desmadre.

La historia cumple las expectativas que promete. Irreal en conjunto, desenfadada, simpática y con la aportación más que suficiente de Blake Edwards en la dirección. Incluyendo un galán de primera línea, Tony Curtis, tan válido actor dramático como de comedia, más quien era su primera mujer en esos años, Janet Leigh, y otra actriz llamativa como Linda Cristal. Personajes estereotipados y muy clásicos para esta propuesta y un malentendido por medio. Su lectura, en resumen, es positiva.

Pero que ni te va a traer ni te va a llevar a ningún sitio.