Este es uno de los episodios en los que el teniente Colombo pega más la murga al sospechoso casi sin pruebas. En el primer encuentro, el estirado Patrick McGoohan (quién dirige el episodio además) que fue el antiguo número 6, de la serie El prisionero, ha visto a Colombo en su negocio de Pompas Fúnebres, le ha tomado por un pordiosero que se había colado y le ha indicado la puerta de salida. No queda más remedio que reírse porque sientes pena por el asesino que se cree que no lo va a volver a ver y no sabe la que le espera.

Está claro que Peter Falk con su gabardina, (gabardina de su propiedad que adquirió en un viaje en Italia) puede quemar la sangre a cualquiera por mucha paciencia que tenga, o que necesite. Los asesinos, como en este caso, deben sudar la gota gorda cuando le ven y es como si de un momento a otro, ya hartos de su presencia y de la célebre “una pregunta más”, fueran a confesar con tal de que le dejen en paz. De hecho al final se va solo como un corderito al coche de policía (debía llevar los nervios destrozados el pobre).

Lo bueno de esta serie es que el asesino termina confesando por agotamiento cerebral porque bien mirado, las pruebas finales con las que juega el teniente, en algún caso como éste en el que hace gala de sus hábiles deducciones sobre un jarrón mortuorio, da la impresión que no serían muy determinantes frente a un buen equipo de abogados que defendieran al acusado.