Tiene los ingredientes necesarios para un buen Western. Pronto nos seduce una secuencia altamente sugestiva cuando la muchacha aprovecha la noche y la lluvia para refrescarse en camisón y se encuentra con el bandolero, como no, en los establos. Nos han puesto en harina. Quien fuera bandolero…

Si todas las secuencias hubieran sido tan acertadas como ésta del establo, estaríamos hablando de un más que notable film. Luego el oscarizado Walter Brennan en un papel dramático algo apartado de su consabido personaje vejete simpaticón que acompaña al héroe en sus andanzas. Figuras de siempre que no pueden faltar y momentos que hacen que el título de la película se ajuste muy bien a la trama.

Los indios atacan por oleadas pero nadie se cree que se expusieran tanto como nos hacen ver en estas películas; el caso es que seguimos en harina. El malvado y viejo conocido John McIntire aquí está muy comedido, bastante reservado, le tocó un papel muy secundario, si le hubieran dejado las cosas habrían terminado muy mal para todos, pero estos bandoleros no tienen el alma muy negra, en el fondo.

El indio que acompaña a la banda es también una figura clásica en el Oeste. Cuchillo en la pernera, baja del caballo, clava una rodilla en el suelo, coge un puñado de tierra, huele el viento y entonces te dice cuántos van por delante, si el caballo tiene la herradura rota, la distancia que les llevan, y si van fumando u oyendo la radio.

El sheriff como debe ser, muy legal, proporciona un final muy emotivo junto con Rory Calhoun, un fijo de la plantilla del Western; creo que todo el mundo se quedará conforme. Así que la película reúne los ingredientes necesarios mezclando bien los momentos dramáticos con la tensión y el drama. Para disfrutar los adeptos al género.