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Voto de Vivoleyendo:
8
7.9
3,315
6 de marzo de 2011
38 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
No deja de ser significativo que en la década de los veinte, con dos años de diferencia (1920 y 1922), dos directores de cine alemanes dedicaran sendas películas a la temática de la gestación de la semilla totalitaria y fascista. Uno fue el pionero del expresionismo, Robert Wiene, con “El gabinete del doctor Caligari”, de guión original. El otro, el fructífero Fritz Lang, con su primera entrega sobre el maquiavélico doctor Mabuse, basada en la novela de Norbert Jacques.
No creo que sea coincidencia que en ambas obras los protagonistas sean hombres enigmáticos, de naturaleza despiadada, que odian y desprecian a la humanidad, con poderes sobrenaturales para la hipnosis y la manipulación psicológica de sus víctimas. Los devora una ambición desmedida por dominar, someter, controlar y eliminar los estorbos, pasando por encima y asesinando a quien oponga resistencia, o a los que catalogan como demasiado insignificantes para merecer la vida. Su plan último consiste en hacerse los amos y señores del mundo e instaurar su régimen de terror, sirviéndose de sus vasallos, los cuales han de obedecerle incondicionalmente (a lo que contribuye el don persuasivo y coaccionador del líder). El objetivo final es borrar de la faz de la tierra a todos los disidentes y los que no entran en la categoría de raza superior. El líder jamás establece relaciones de igualdad. A su alrededor, todas las personas sin excepción están muy abajo en la jerarquía. Sus secuaces son herramientas prescindibles que usa como medios para conseguir sus fines. Cuando dejan de serle útiles, fallan o se rebelan, se deshace de ellos. Tampoco tiene facultades para amar. Lo más que siente es deseo de posesión, el capricho morboso de hacer suyas las voluntades, de rendir por la fuerza o por su implacable poder para convertir a los demás en peleles. Cuando desea a una mujer, por ejemplo, la consigue a cualquier precio, y su máxima satisfacción íntima es arrastrarla por el fango, pero no saboreará la plenitud hasta que ella ame el fango que traga, hasta que adore la mano que la estrangula. Para el monstruo, tiene que ser algo similar a una sensación orgásmica ver cómo ella cae en lo más bajo por él, cómo besa la mano de su torturador y asesino. Ya tiene a su autómata perfecta, a su seguidora más leal.
Al tirano le atraen los retos, claro. Las misiones fáciles no lo seducen. Planifica los cometidos más retorcidos y enrevesados sólo por placer, por puro juego, para probar su inteligencia y para despistar a la policía, burlándose de las autoridades.
Le gusta abatir una voluntad fuerte, una inteligencia aguda o una valentía firme. Se regocija por dentro cuando alguien le planta cara, pero no por respeto hacia su adversario, sino porque su vanidad se alimenta vorazmente cuando lo derrota.
No creo que sea coincidencia que en ambas obras los protagonistas sean hombres enigmáticos, de naturaleza despiadada, que odian y desprecian a la humanidad, con poderes sobrenaturales para la hipnosis y la manipulación psicológica de sus víctimas. Los devora una ambición desmedida por dominar, someter, controlar y eliminar los estorbos, pasando por encima y asesinando a quien oponga resistencia, o a los que catalogan como demasiado insignificantes para merecer la vida. Su plan último consiste en hacerse los amos y señores del mundo e instaurar su régimen de terror, sirviéndose de sus vasallos, los cuales han de obedecerle incondicionalmente (a lo que contribuye el don persuasivo y coaccionador del líder). El objetivo final es borrar de la faz de la tierra a todos los disidentes y los que no entran en la categoría de raza superior. El líder jamás establece relaciones de igualdad. A su alrededor, todas las personas sin excepción están muy abajo en la jerarquía. Sus secuaces son herramientas prescindibles que usa como medios para conseguir sus fines. Cuando dejan de serle útiles, fallan o se rebelan, se deshace de ellos. Tampoco tiene facultades para amar. Lo más que siente es deseo de posesión, el capricho morboso de hacer suyas las voluntades, de rendir por la fuerza o por su implacable poder para convertir a los demás en peleles. Cuando desea a una mujer, por ejemplo, la consigue a cualquier precio, y su máxima satisfacción íntima es arrastrarla por el fango, pero no saboreará la plenitud hasta que ella ame el fango que traga, hasta que adore la mano que la estrangula. Para el monstruo, tiene que ser algo similar a una sensación orgásmica ver cómo ella cae en lo más bajo por él, cómo besa la mano de su torturador y asesino. Ya tiene a su autómata perfecta, a su seguidora más leal.
Al tirano le atraen los retos, claro. Las misiones fáciles no lo seducen. Planifica los cometidos más retorcidos y enrevesados sólo por placer, por puro juego, para probar su inteligencia y para despistar a la policía, burlándose de las autoridades.
Le gusta abatir una voluntad fuerte, una inteligencia aguda o una valentía firme. Se regocija por dentro cuando alguien le planta cara, pero no por respeto hacia su adversario, sino porque su vanidad se alimenta vorazmente cuando lo derrota.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Caligari o Mabuse, da igual como se llamen, son el mismo icono del Mal que reina sobre los débiles, que quiere erradicar la luz y la bondad, que anhela comprar las almas, humillarlas, aplastarlas y, una vez pisadas y reducidas a despojos, tirarlas a la basura e ir a por las siguientes. Para el Diablo, todo es de usar y tirar. Más que nada, las personas.
Alemania se apropiaba peligrosamente de un sentimiento imperialista y prepotente, y de un rencor que iba creciendo soterradamente, creando tensiones y rupturas con los vecinos. Tras el final de la Primera Guerra Mundial y el duro castigo al que el país germánico fue sometido, sumado a la grave crisis económica y la vulnerabilidad que hacía presa en una población empobrecida, descontenta y resentida con los Aliados, se sembraron las minas de efecto retardado y gradual que habrían de explotar en el nazismo. No tenía más que hacer acto de presencia el führer idóneo en un marco ya preparado para su ascenso. El hipnotizador de masas, el encantador de serpientes, con un don extraordinariamente desarrollado para decir a los frágiles lo que quieren oír, para regalarles el oído con promesas de prosperidad, de “limpieza” social, de potencia nacional. Ganarse millones de devotos para expandir sus planes, aniquilar a los enemigos, apoderarse del planeta.
Nada es suficiente para el Monstruo. Lo único que lo aplaca es el Poder.
Cuatro horas y media de uno de los primeros thrillers expresionistas, centrado en una figura lúgubre y vampírica que vaticinaba el terrible futuro próximo de Alemania. Lang era un genio. También lo fue Wiene.
Anticiparon alegóricamente el destino.
Estoy segura de que Hitler, que ya tenía la locura y la predisposición, se apropió de toda aquella mitología del déspota y detectó, con su implacable instinto, los puntos flacos de la nación para situarse en la cima de una de las maquinarias ideológicas más destructivas.
Alemania se apropiaba peligrosamente de un sentimiento imperialista y prepotente, y de un rencor que iba creciendo soterradamente, creando tensiones y rupturas con los vecinos. Tras el final de la Primera Guerra Mundial y el duro castigo al que el país germánico fue sometido, sumado a la grave crisis económica y la vulnerabilidad que hacía presa en una población empobrecida, descontenta y resentida con los Aliados, se sembraron las minas de efecto retardado y gradual que habrían de explotar en el nazismo. No tenía más que hacer acto de presencia el führer idóneo en un marco ya preparado para su ascenso. El hipnotizador de masas, el encantador de serpientes, con un don extraordinariamente desarrollado para decir a los frágiles lo que quieren oír, para regalarles el oído con promesas de prosperidad, de “limpieza” social, de potencia nacional. Ganarse millones de devotos para expandir sus planes, aniquilar a los enemigos, apoderarse del planeta.
Nada es suficiente para el Monstruo. Lo único que lo aplaca es el Poder.
Cuatro horas y media de uno de los primeros thrillers expresionistas, centrado en una figura lúgubre y vampírica que vaticinaba el terrible futuro próximo de Alemania. Lang era un genio. También lo fue Wiene.
Anticiparon alegóricamente el destino.
Estoy segura de que Hitler, que ya tenía la locura y la predisposición, se apropió de toda aquella mitología del déspota y detectó, con su implacable instinto, los puntos flacos de la nación para situarse en la cima de una de las maquinarias ideológicas más destructivas.