Soñemos, extraviados en la inmensidad de una jungla todavía inocente e intacta, casi despojada de huellas de destrucción humana, en ser pequeños que parten de cero en un entorno para el que no habían nacido. Soñemos que crecemos aprendiendo el lenguaje de los animales y de las plantas, interpretando el alfabeto del suelo, del viento y del agua, desarrollando los instintos como ningún humano lo hace, tomando los dones de la naturaleza y haciendo frente a sus amenazas.
Podemos imaginar, en unos ochenta minutos, que nos transformamos en hombres sin saber que somos hombres. Con toda esa nobleza de la ignorancia absoluta de la parte rastrera que va agregada a lo de ser persona, por no haber tenido ejemplos humanos a los que imitar. Cuando nuestra familia es una manada de gorilas que nos adoptaron pese a saber que no éramos como ellos.
No es fácil crecer siendo diferente. Hay que superarse cada día, cada minuto, para seguir el ritmo salvaje de la selva. El cachorrillo pelón de piel suave, que parecía tan desvalido, demuestra por qué la especie humana ha sido capaz de aclimatarse a todos los hábitats de la Tierra.
El legendario hombre-mono salido de la pluma de Edgar Rice Burroughs fue apadrinado por la Disney en una aventura de animación a la usanza de los noventa, combinando dibujos artesanales con tecnología informática. Y con un encanto abrumador le dio ese punto de belleza que sólo la Disney puede dar. Porque se puede permitir regalar todos los sueños que se le antoje; son dibujos animados para niños. Y en los dibujos animados todo es posible, los animales son como las personas, las lianas ofrecen posibilidades infinitas, las piruetas se multiplican por mil, las correrías entre la abundante vegetación destilan una fuerte dosis de adrenalina. Y también es posible que llegue una Jane intrépida y amante de la naturaleza que descubra a Tarzán su condición de hombre, y para que él descubra en ella esa condición indomesticable que nunca hemos perdido del todo, porque no hace muchos eones de ahí surgimos, de esas entrañas silvestres que siempre reclamarán su parte en nosotros.
Cómo se regocija ese corazoncito que se nos derrite viendo sobrevivir feliz y libre a un chico que saca con tesón y valor lo mejor de sí mismo, hombre hecho animal y animal hecho hombre, conciliando mundos que parecían irreconciliables, recordándonos que con un poco más de amor, respeto y comprensión podemos dejar de ver las diferencias y ver simplemente lo que nos une.
Phil Collins ayuda muchísimo a que la llamada de la selva sea tan poderosa como el grito de Tarzán.