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Intriga. Cine negro
Una noche de tormenta, Hugo e Ivón llegan a un hotel de Gijón acompañados del hijo del primero. Salen a ver el mar embravecido y poco después Ivón regresa pidiendo socorro porque el muchacho ha sido arrastrado por el mar. Como el cadáver no aparece, un comisario se hace cargo del caso. (FILMAFFINITY)
11 de febrero de 2013
45 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Buscas vivir, como el perro busca el hueso.” (Edmond Jabès)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Yo era un personaje imaginario. Tenía estudios, fortuna y atractivo. La puesta en escena de mi vida era perfecta. Quise colarme entre dos fotogramas, pedir un contraplano y tomar forma.
Tuve que mantenerme al otro lado de la cámara. Mi padre sintió celos –tal era mi pureza– y quiso rebajarme ante los ojos del espectador. Negar mi vida y sus pasiones. Lo que más me dolió fue verme convertido en seductor barato y máscara grosera. Cuando se disponía a asesinarme, observé, por un momento, los peces rojos destellando en sus pupilas. Los peces rojos… Desde mi propio vacío sentí lástima por él, que era, como yo, un personaje imaginario.
El autor nos miraba satisfecho. La magia había acontecido. Hubo un coloquio después de la película. El autor, igual que yo, jamás entraba en cuadro. Sus hijos evocaban los detalles, tan ciertos, de una vida. “Te has enamorado del aire, estúpida” –le había dicho Hugo Pascal a Ivón, su novia. Y sin embargo ahí, en el aire, el autor conversaba con nosotros.
Ahora que sé que ya no existo, me gusta compartir con el autor ese lugar al otro lado del encuadre. Como en un texto de Borges, disfruto de ese juego de presencia y no presencia. Me he sentido tan vivo en la ficción. El autor, sentado junto a su familia, mueve los hilos desde fuera. Compone para no ser olvidado. Y sé que aún estamos vivos, él y yo. Tan vivos como entonces.
[Texto publicado en el boletín nº1/2013 del cineclub macguffin]
Tuve que mantenerme al otro lado de la cámara. Mi padre sintió celos –tal era mi pureza– y quiso rebajarme ante los ojos del espectador. Negar mi vida y sus pasiones. Lo que más me dolió fue verme convertido en seductor barato y máscara grosera. Cuando se disponía a asesinarme, observé, por un momento, los peces rojos destellando en sus pupilas. Los peces rojos… Desde mi propio vacío sentí lástima por él, que era, como yo, un personaje imaginario.
El autor nos miraba satisfecho. La magia había acontecido. Hubo un coloquio después de la película. El autor, igual que yo, jamás entraba en cuadro. Sus hijos evocaban los detalles, tan ciertos, de una vida. “Te has enamorado del aire, estúpida” –le había dicho Hugo Pascal a Ivón, su novia. Y sin embargo ahí, en el aire, el autor conversaba con nosotros.
Ahora que sé que ya no existo, me gusta compartir con el autor ese lugar al otro lado del encuadre. Como en un texto de Borges, disfruto de ese juego de presencia y no presencia. Me he sentido tan vivo en la ficción. El autor, sentado junto a su familia, mueve los hilos desde fuera. Compone para no ser olvidado. Y sé que aún estamos vivos, él y yo. Tan vivos como entonces.
[Texto publicado en el boletín nº1/2013 del cineclub macguffin]