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España España · Madrid
Voto de Servadac:
6
Drama Un día de verano, unos hijos vuelven a la casa familiar para visitar a sus ancianos padres. Los dos llegan con sus respectivas familias para conmemorar la trágica muerte del hijo mayor en un accidente ocurrido hace quince años. Aunque la casa y la comida familiar apenas han variado, el paso de los años permite observar ligeros cambios en cada uno de los miembros de la familia: el amor se mezcla con el rencor y todos guardan algún secreto. (FILMAFFINITY) [+]
17 de julio de 2009
65 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mirada de Ozu se sitúa siempre a la distancia justa de sus personajes. Nos da su intimidad sin aspavientos.

Kore-eda se aproxima más de lo prudente. Sus personajes tienen asma, les falta el aire para respirar.

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Ozu filma el pueblo o la ciudad desde lo alto. Un tren atraviesa la pantalla. Unos niños irrumpen en el plano, diminutos. Juegan, se persiguen. El plano es vida.

Kore-eda reproduce el mismo plano. En color. Sin niños. La sustancia de lo vivo apenas cristaliza.

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Ozu MUESTRA el sentimiento de sus personajes. Los diálogos parecen casi intrascendentes, mas una corriente subterránea llena de sentido fluye por detrás de las palabras. La imagen tiene el don de la elocuencia.

Kore-eda DICE lo que siente cada personaje por medio de la voz en off y del diálogo. La imagen, en su caso, ilustra más que habla.

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Ozu filma con sordina.

Kore-eda tiende a ser enfático-pausado.

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La cámara de Ozu se asoma a los espacios interiores.

Los espacios interiores se colocan delante de la cámara de Kore-eda.

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En Ozu cada movimiento es un poema. Alterna y dosifica las tensiones.

Kore-eda construye una historia en forma de perpetuo pseudo-clímax. Cada escena está cargada de significación lírico-poética o dramática. El abuso de lo culminante quita fuerza a la totalidad. Y cuando llega el clímax verdadero...

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Ozu mantiene líneas de emoción, entrelazadas.

Kore-eda se queda sobre todo en los segmentos repulidos, preciosistas.

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Kore-eda inserta primeros planos de flores y ramitas con musiquilla hortera de guitarra.

Ozu no rueda así de cursi.

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Kore-eda lo calcula y cierra todo para que nada se le escape. Se esmera plano a plano.

Ozu nunca ahoga. Deja que el aire fluya en el montaje.

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En Still Walking, el armazón de la estructura es muy visible.

En Cuentos de Tokio, el esqueleto de la narración es firme y silencioso.

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Kore-eda nos entrega una emoción analizable. Sus personajes son demasiado comprensibles.

Los personajes de Ozu son sencillos y complejos. Pedacitos de vida en celuloide.

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Al menú de Kore-eda le falta guarnición. La necesaria para que destaque el plato principal.

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No quisiera dar la impresión de denostar exageradamente ‘Aruitemo, aruitemo’. La cinta alberga buenas intenciones. Kore-eda no cae en idealizar la figura de los padres. Al contrario, los retrata con dureza cariñosa. Tampoco busca peripecias efectistas de guión.

Pero Ozu.

Ozu sigue caminando al otro lado del vacío.
Servadac
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