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España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama En su despedida definitiva, dos hermanos recuerdan los veranos pasados en la casa de la playa donde surgió el amor incestuoso que ahora los separa. (FILMAFFINITY)
30 de septiembre de 2018
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Agatha et les lectures illimitées’ tiene el color del mejor Theo Angelopoulos, la cadencia de ‘El año pasado en Marienbad’, destellos de Antonioni.

Dos voces dialogan, jugando sutilmente con las personas del verbo. Susurran y se aman. La imagen es memoria junto al mar. Memoria de una huida, de un amor. Playas vacías y contraventanas clausuradas en el tiempo. Una única figura femenina se mueve en el espacio, o mejor, podríamos decir que ‘es’ el propio espacio. El hermano, cuyo nombre –que yo recuerde– ni siquiera se menciona, es una sombra enamorada.

Gérard Depardieu, en una entrevista, decía que el genio de Marguerite Duras consistía, sobre todo, en el eco que se percibe detrás de sus palabras. También escribió que había conseguido hacer que hablaran los silencios. Probablemente, las imágenes de ‘Agatha…’ sean el eco profundo –más que literal– del texto dialogado. Detrás –o dentro– del tejido verbal nos hablan los silencios, el silencio.

La escritora, realizadora y guionista, sazona con perlas de Brahms el paso pausado de los fotogramas; todo en esta cinta es pura evocación, recuerdo y oleaje; memoria de una herida.

Paul Valéry, en su ‘Cementerio marino’ describía el sonido del mar como un “tumulto parecido al silencio”; en ‘Agatha…’ el tumulto es interior.

En un momento dado, se cuenta una visita al cuarto de la madre moribunda. La imagen muestra una estructura de metal. Mientras la voz describe ese suceso, el paso de las nubes oscurece levemente los listones.

El operario y su cámara aparecen en cuadro rodando a la protagonista, en un juego de espejos metacinematográfico. Quisiéramos pensar que quien la filma es el hermano. Agatha se observa, en el cristal, con gesto de extrañeza.

Los paisajes desiertos se ven de cuando en cuando salpicados por bultos diminutos (un perro, unas personas) que apenas se perciben. La primera vez pensé que podía no haber sido intencionado. Pero, al repetirse, pienso que sí forman parte de un mecanismo de extrema precisión, como las suaves panorámicas, el ritmo y tono de las voces, la música de Brahms. Y, si me equivoco, será el azar que, en cine, a menudo ofrece dones impensados.

Incesto, amor, separación; palabras de una madre. Estacas, barcos, cristaleras. La voz de Marguerite Duras. Y, burla burlando, los versos de Salinas…

No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
Servadac
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