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España España · Madrid
Voto de Servadac:
7
Drama Primer largometraje de Marcel Hanoun. Rodado en 16 mm y con un presupuesto muy reducido, narra la simple historia de una madre acompañada por su hija luchando por encontrar trabajo y comida en París. (FILMAFFINITY)
30 de abril de 2013
30 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Noël Burch, en su ‘Praxis del cine’, considera que ‘Une simple histoire’ es una de las escasas obras maestras absolutas que ha dado la cinematografía. Como buen estructuralista, le fascinan el mecanismo de relojería que gobierna todo el film y las relaciones dialécticas entre sus distintos elementos. Como seguidor ferviente de Robert Bresson, le cautivan la austeridad y el rigor de la propuesta de Marcel Hanoun.

Más allá de sus limitaciones (hay algo en la falta de medios con que está rodada que me impide disfrutarla plenamente) y defectos (la secuencia del sueño no funciona) y más allá de su obvio parentesco con el cine de Bresson, quisiera detenerme en lo que hace de esta cinta una película especial.

El planteamiento de la historia es, en efecto, simple: una mujer, tras pasar la noche al raso con su hija, es acogida en una casa. Una vez instalada, rememora su odisea, pequeña y triste. Ese flashback ocupa el resto del metraje.

Madre e hija buscan un rincón estable para ellas –un hogar– y sólo encuentran una sucesión de cuartos grises, vagamente intercambiables. Es admirable cómo Hanoun nos cuenta, por medio de la planificación, que no hay sitio para ellas. Observando atentamente, advertimos que la mayoría de los cortes nos llevan de un espacio a otro, sin permitir que nuestra mente construya un todo unitario y habitable. El director evita conceder a sus protagonistas el asilo de un espacio permanente. La ciudad se convierte así, de puertas afuera, en un conjunto de lugares de paso ásperos y hostiles. De puertas adentro, los planos cortos comprimen a la madre y a la niña en las habitaciones; sentimos, de algún modo, cómo el aplanamiento de la imagen las aplasta.

Las vallas, muros y enrejados encierran a los personajes en la calle, impidiéndoles el acceso a los recintos de lo cotidiano. La madre, la niña y el espectador no logran ubicarse en esa geografía ciudadana. Ningún espacio permanece el tiempo suficiente como para que logremos aprehenderlo. Las frases se repiten y solapan, pronunciadas in y off, subrayando que lo que se cuenta está fijado sin remedio. La sensación de exilio e incomodidad se adueña de la cinta.

Una sencilla idea de guión (el recuento del dinero que le va quedando a la protagonista) le sirve al director para indicarnos cómo el tiempo apremia. El dinero es un reloj de arena inapelable.

Casi al inicio, la madre, refiriéndose a la casa en la que las acogen, dice lo siguiente: “Conocía la casa de memoria.” Retrospectivamente comprendemos que esa frase es esencial: al fin hay un espacio en el que madre e hija pueden residir. Cuando pienso en esa frase, que pasa casi inadvertida, la película se llena de sentido.

La belleza de esta cinta radica en sus espacios, creados por y para el cine. Espacios que hacen de ‘Une simple histoire’ una obra de arte austera y genuina.
Servadac
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