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Voto de Servadac:
7
6.8
13,811
Drama
Los Ángeles, 1962, Crisis de los misiles cubanos. George Falconer (Colin Firth), un maduro profesor universitario británico y homosexual, lucha por encontrarle sentido a la vida tras la muerte de Jim (Matthew Goode), su compañero sentimental. Encuentra consuelo junto a su íntima amiga Charley (J. Moore), que también está llena de dudas sobre el futuro. Kenny (Nicholas Hoult), un estudiante que se esfuerza por aceptar su auténtica ... [+]
24 de noviembre de 2012
39 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El despertar se inicia al decir soy y ahora. Lo que ha despertado permanece algún tiempo echado, mirando fijamente al techo y escudriñando en su interior hasta que reconoce el yo y deduce yo soy, yo soy ahora. Después, al menos, viene el aquí como algo negativamente tranquilizador. Pues es aquí, esta mañana, donde esperaba encontrarse. En eso que se llama casa.”
Así comienza el libro. Soy, ahora, aquí.
Tom Ford traduce la prosa quirúrgica, emotiva, de Christopher Isherwood en un diseño artístico de líneas rectas y ángulos precisos; cuida con esmero cada pliegue, cada objeto, cada pulgada del encuadre. Es evidente que siente muy hondo el material de la novela.
Trata de llevar el cine a su terreno: alta costura, chicos guapos y anuncios de colonia. Fotografía en ocre y brillo el esplendor pasado, en mate y gris la ruina del presente. Su dirección, esteticista y pulcra, tiene el sabor de un sentimiento verdadero.
Colin Firth actúa con solvencia. Julianne Moore se pasa de revoluciones. Sobra la escena de Jon Kortajarena haciendo de chapero. También el medio bufo intento de suicidio. Extrañamente, los tics publicitarios no deslucen la emoción. Hay alma en estos fotogramas.
Estética y vacío casan bien con el protagonista.
Se pregunta Edmond Jabès en Le livre des questions, ¿qué diferencia hay entre ‘el amor’ y ‘la muerte’? Una letra quitada, tres letras añadidas. Tres por una y lo has perdido todo.
[En el spoiler, la página final de la novela.]
Así comienza el libro. Soy, ahora, aquí.
Tom Ford traduce la prosa quirúrgica, emotiva, de Christopher Isherwood en un diseño artístico de líneas rectas y ángulos precisos; cuida con esmero cada pliegue, cada objeto, cada pulgada del encuadre. Es evidente que siente muy hondo el material de la novela.
Trata de llevar el cine a su terreno: alta costura, chicos guapos y anuncios de colonia. Fotografía en ocre y brillo el esplendor pasado, en mate y gris la ruina del presente. Su dirección, esteticista y pulcra, tiene el sabor de un sentimiento verdadero.
Colin Firth actúa con solvencia. Julianne Moore se pasa de revoluciones. Sobra la escena de Jon Kortajarena haciendo de chapero. También el medio bufo intento de suicidio. Extrañamente, los tics publicitarios no deslucen la emoción. Hay alma en estos fotogramas.
Estética y vacío casan bien con el protagonista.
Se pregunta Edmond Jabès en Le livre des questions, ¿qué diferencia hay entre ‘el amor’ y ‘la muerte’? Una letra quitada, tres letras añadidas. Tres por una y lo has perdido todo.
[En el spoiler, la página final de la novela.]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Muy bien… supongamos que esta es la noche, la hora, el minuto señalado.
Ahora.
El cuerpo en la cama se mueve un poco quizá; pero no grita, no se despierta. No exterioriza ninguna señal del shock aniquilador, instantáneo. Córtex y tronco cerebral son eliminados en ese apagón final con la rapidez con que lo haría un estrangulador indio. Cortado su suministro de oxígeno, el corazón se agarrota y se detiene. Los pulmones mueren, aislados de sus fuentes de energía. Las arterias se contraen por todas partes. Si el bloqueo no hubiera sido absoluto, si la oclusión hubiera tenido lugar en alguna de las ramas secundarias de la arteria, la reducida tripulación habría podido manejarlo, son capaces de obrar milagros de ingeniería. Con tiempo suficiente, habrían podido disponer derivaciones, abrir comunicaciones colaterales, sellar el área dañada con una cicatriz. Pero no ha habido tiempo. Todos mueren en sus puestos, sin aviso.
Quizá, durante unos minutos todavía persiste la vida en ciertos tejidos de zonas periféricas del cuerpo. Luego, una a una, las luces se extinguen y la tiniebla es total. Y si alguna porción de la no-entidad que hemos venido llamando George ha estado ausente en este momento del shock terminal, allá lejos en las aguas profundas, se encontrará sin hogar al volver. Pues ya no se puede asociar con lo que yace ahí, sobre el lecho, en silencio. Ahora esto es afín a la basura acumulada en el contenedor del porche trasero. Ambos han de ser retirados y eliminados dentro de poco.
Ahora.
El cuerpo en la cama se mueve un poco quizá; pero no grita, no se despierta. No exterioriza ninguna señal del shock aniquilador, instantáneo. Córtex y tronco cerebral son eliminados en ese apagón final con la rapidez con que lo haría un estrangulador indio. Cortado su suministro de oxígeno, el corazón se agarrota y se detiene. Los pulmones mueren, aislados de sus fuentes de energía. Las arterias se contraen por todas partes. Si el bloqueo no hubiera sido absoluto, si la oclusión hubiera tenido lugar en alguna de las ramas secundarias de la arteria, la reducida tripulación habría podido manejarlo, son capaces de obrar milagros de ingeniería. Con tiempo suficiente, habrían podido disponer derivaciones, abrir comunicaciones colaterales, sellar el área dañada con una cicatriz. Pero no ha habido tiempo. Todos mueren en sus puestos, sin aviso.
Quizá, durante unos minutos todavía persiste la vida en ciertos tejidos de zonas periféricas del cuerpo. Luego, una a una, las luces se extinguen y la tiniebla es total. Y si alguna porción de la no-entidad que hemos venido llamando George ha estado ausente en este momento del shock terminal, allá lejos en las aguas profundas, se encontrará sin hogar al volver. Pues ya no se puede asociar con lo que yace ahí, sobre el lecho, en silencio. Ahora esto es afín a la basura acumulada en el contenedor del porche trasero. Ambos han de ser retirados y eliminados dentro de poco.