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España España · Madrid
Voto de Servadac:
6
Ciencia ficción Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto profundamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar la búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años. (FILMAFFINITY)
13 de octubre de 2017
63 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Blade Runner’ fue, quizás, la última película analógica. Para los nostálgicos de cierto cine –yo, por edad y educación sentimental, estoy abocado a la nostalgia– la obra magna de Ridley Scott es el último reducto de un modo artesanal de ‘superproducir’.

‘Blade Runner 2049’, aun siendo nativa digital, aspira a ser su sucesora. La comparación, empero, carece de sentido. Sobre los hombros de la cinta original han llovido años de mito y cinefilia.

Visualmente, la secuela resulta irreprochable. Los escenarios se amplían sin pervertir la imaginería de su predecesora; el trabajo de Roger Deakins es excepcional; cada entorno está tratado con esmero y voluntad de estilo. La noche y la tiniebla se complementan ahora con la nieve y el cielo encapotado; el ocre y el crepúsculo perduran en los interiores de la Tyrell Corporation…

En cine todo ha de empastar, cristalizar; hay una cualidad orgánica en las obras conseguidas. ‘Blade Runner’ respiraba como un organismo vivo; personajes, ritmo, imagen, sonido y argumento formaban una sinfonía ciberpunk bien afinada. Cualquiera que haya cantado a varias voces conoce la sensación, sutil y delicada, del latido común, cuando cada nota respira en su lugar. Como en un puzle de imágenes veladas que sólo toman cuerpo al ordenarse juntas.

No hay más ingrediente secreto que la cristalización –llamadlo duende, genio o alineación de los planetas–. Y en mi opinión, pese al pulido y repulido de sus planos, 2049 apenas cristaliza. El guion es, por momentos, deplorable; el director juega a menudo al gato y al ratón, con lo que se diluye la dimensión filosófica que hizo de esta historia una aventura fascinante.

Nadie podrá decir que no hay talento en su factura, ni buen hacer en los detalles: el temblor del lagrimal, las ondas y reflejos, las luces de ciudad, el pseudoparaíso perdido en que subsiste Deckard Ford… Pero, por más que escarbo entre sus fotogramas, me falta el alma de los replicantes.

Y el alma de Roy Batty, que nos hizo ver cosas que ninguno de nosotros creería, era –y es–, en su confrontación con las almas de Deckard y el espectador, la pulpa de 'Blade Runner'.

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En ‘Blade Runner 2049’ se habla, obsesivamente, de ‘el milagro’ (un milagro que nos deja indiferentes); se nos muestra una legión de replicantes unidos en la fe. La replicante malvada (tan supuestamente humana que hace gratuitamente el mal) lagrimea sin mesura –no llora, porque lo humano es marginal o ha sido desterrado–. Como en la escena de sexo triangular, cuerpo y alma no acaban de encajar. El problema de la identidad es aquí superficie más que esencia, un puro fuego de intriga y artificio.

Mientras escribo estas líneas, un dolor de muelas me nubla la razón. Villeneuve, no somos replicantes.
Servadac
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