Si algo resalta de Jodhaa Akbar es su tremenda producción. No sé cuánto se gastaron en presupuesto (me gustaría saberlo) pero hay detalles impresionantes como, por ejemplo, elefantes peleando, elefantes enjoyados, decoraciones de los palacios de otro nivel y, quizás lo más relevante y característico del cine indio, escenas de baile con al menos 500 bailarines en escena.

La película comienza con una escena de guerra con miles de soldados batallando de un lado o del otro, con partes bien sangrientas y el detalle de los elefantes aplastando gente. Nunca lo había visto.

En fotografía y en decoración, un 10 por donde se le mire. Argumentalmente también. La historia de amor está muy bien contada y el casting también es valorable, cosa que en algunas películas indias no siempre resalta.

Aunque la película dura 3.20 horas, vale la pena verla. Es una película Bollywood por donde se le mire y ese es quizás el mérito: puede acercar perfectamente al público común y corriente con el cine indio, que por estos días es de una gran calidad.

Una gran película, con grandes actuaciones y, sobre todo (lo que se agradece en películas extranjeras) con un ambiente que inunda de la realidad del país en que se desarrolla, en este caso Bosnia.

Trata de un taxista que tiene nexos con la mafia y que, de un día a otro -e influenciado porque su mujer lo deja- busca transformarse en una persona buena. Pero los mafiosos amigos no lo dejan porque lo necesitan, no entienden su causa y, además, tratan de convencerlo de volver al lado oscuro.

Basada en cuatro personajes y sus historias, resalta por varias cosas: su fotografía, preciosa, y la historia, que con una simplicidad que impacta deja entrar en la vida del personaje de Sasa Petrovic, actorazo al que cuesta entender sus emociones, pero que las deja entrever de manera pulcra e inteligente.

El final es extraordinario, para verlo. Porque aunque el amor puede ser a veces doloroso, es mejor tenerlo a no tenerlo. Y cuando una persona trata de ser buena, tarde o temprano lo logra. Nunca es tarde para arrepentirse.

El cine uruguayo tiene mucho del argentino, buenas historias, muy humanas, cargadas a la sensibilidad. La fórmula funciona de cuanto en cuanto, sobre todo cuando se mezcla un buen guión, buenas actuaciones y una historia directa al corazón (en realidad, cualquier cine funciona con estos elementos).

Así, El Último Tren funciona perfecto. Con una causa por la que vale la pena luchar, la inquebrantable lucha por el patrimonio histórico, tres ancianos y un niño raptan un tren y se lo llevan lejos, sin rumbo cierto más que el de hacer ruido, que todo Uruguay sepa y adhiera a la causa.

La historia funciona, es brillante (como siempre) la interpretación de Federico Luppi y también de Héctor Alterio, conocido por su rol del padre en El Hijo de La Novia.

No es para el 10 por que no aspira a eso, y en el rango buscado funciona. Al final, las causas sociales siempre le llegan a la gente que busca y quiere un mundo mejor y en ese contexto, funciona.

Una crítica. ¿No había actores uruguayos para estos roles?

Un poco hecha a la rápida, QPTB es una comedia romántica a ratos bien lograda, con diálogos entretenidos, pero que por momentos carece de verosimilitud.

Nicolás López, director de aciertos como "Promedio Rojo" y bodrios como "Santos", intenta generar un cuadro de mayor madurez, con historias más acotadas y con un protagonista un poco más seguro de sí mismo y una protagonista afable y querible que se pasa gran parte de la película llorando.

Todo esto, intenta generar un cuadro de tensión que nunca se logra del todo, pues, lamentablemente, todo el que vio el trailer sabe que el Happy End es inminente.

La fotografía, al igual que en "Que Pena tu Vida" es excelente, una gran postal del Santiago ABC1-C2, se reduce el product-placement (Salvo esos horrorosos buzos Adidas de los "padres" de Javier") y no hay alusiones que pudiesen interpretarse como discriminatorias (como a los niños con síndrome de down de QPTV).

Hay ratos de humor, lo que no significa que uno se pase toda la película a carcajadads. Lo triste es que a nivel de emociones es plana, sin llegar a conmover y eso, para una comedia romántica, debiera ser esencial.

La temporada cuatro me dejó un sabor tan amargo que me desentendí de la serie. Sabía que venía una temporada cinco, pero no sabía que era la última (temí que alargaran la serie innecesariamente), ni menos que se transmitiría tan pronto.
No sé qué diferencia hay entre la 4 y la 5 en término de equipos, guionistas o dirección, pero las diferencias son evidentes. El Marginal siempre destacó por la construcción de personajes, que lejos de ser caricaturescos (Antín, Diosito, Mario Borges) tenían un carisma único, mezcla del canchereo porteño con un humor argento tan gracioso como inteligente. Eso se retoma en la quinta temporada, con el retorno de los personajes que brillaron en la primera temporada: Luna, Colombia, César, los Borges, Antín, Capece y Pastor, que a mi modo de ver es el más flojo en cuanto a carisma de toda la quinta temporada.
Si bien el capítulo final generó opiniones encontrada, yo lo encontré PERFECTO.