Magnífico thriller en el que Demange consigue encerrar al espectador en el peligroso laberinto de las calles de Belfast. La película introduce su propia atmósfera, creando un ambiente en el que la barbarie y el conflicto se agazapan en cada esquina y amenazan con estallar tras cada respiración. El ritmo narrativo es vivo y la tensión nunca llega a disminuir.

Destaca el planteamiento del conflicto humano por encima del político, el desarrollo nocturno que no se hace incómodo al espectador ni entorpece el seguimiento de la cinta, ciertos planos excepcionales y alguna secuencia con cámara al hombro de auténtico maestro. También hay que mencionar las sólidas interpretaciones de todo el reparto y especialmente de su protagonista, pero por encima de todo lo que sale ganando es el conjunto de’71, lo que la convierte en una película que supera la media y cuyo visionado no será nunca una pérdida de tiempo.

Cuatro horas de CINE, así, con mayúsculas. Toda la película es una fiesta, un baño cinematográfico en todos los sentidos. Después de esta cinta, se podía haber dejado de hacer cine, he aquí la respuesta a todos aquellos que dudan del cine como arte. No hay nada a destacar, porque es redonda de principio a fin. Es LA película. De ayer, de hoy y de siempre.

Hay ocasiones, como la vida misma, en que no podemos permitirnos el lujo de perder. Éste es el mensaje más claro que transmite la película, que nos recuerda que sobrevivir, salir adelante, es sólo una cuestión personal de cada uno, de cuánto se quiera luchar.

McCarthy nos brinda una película que, sin ser nada del otro mundo, es algo más que una película. Hay algo que interpretar, que descubrir, que aprender más allá del cine. Lejos de los tópicos comunes, encontramos una cinta en la que se nos presentan situaciones cotidianas que pueden llegar a cambiarnos la vida, pero siempre por el cauce de la normalidad. Se trata de una película sencilla, fresca, simpática, bien interpretada y que además resulta entretenida.

En el debe, quizás podría pedirse algo más de profundidad en las cuestiones planteadas (que no son pocas) y un final menos cantado o con más matices, pero sólo Thomas McCarthy puede saber si esto lo ha querido hacer así para potenciar otros aspectos de la película. Cinematográficamente, quizás la película no sería más que de siete, pero creo que deben potenciarse las películas que ofrecen al espectador "algo más".

Creo que buena parte del éxito de esta cinta reside en la sencillez e inexistente pretenciosidad con la cámara de Jeff Nichols, que sabe en todo momento lo que se trae entre manos y lo que pretende conseguir. Partiendo de una maravillosa creación ambiental de la película, el director convierte la misma en un auténtico relato. Uno clásico además, pues es inevitable recordar a los personajes de Mark Twain al ver a los niños o reconocer a Jim en el personaje de Mud.

Con una idea coherente y rebosante de consistencia, hay dos elementos sin los que sería imposible concebir la película, o al menos sin los que ésta no sería tan rotunda: la belleza permanente de los paisajes en la composición de cada encuadre y la presencia omnipresente del río como metáfora vital. Más allá de eso, cabe destacar la ausencia de artificios sentimentaloides, combinando la dureza del largometraje con ciertas dosis de calidez y ternura en un ejercicio de sincera honestidad que el espectador agradece.

Muy bien Matthew McConaughey en un personaje que por fin parece que le exige al límite de sus capacidades, aspecto que repercute positivamente en el resultado interpretativo del antihéroe. Genial también ambos niños, sobre los que recae buena parte del magnetismo de la película, pues son los ojos que nos marcan el ritmo y el devenir de la historia. De las prometedoras cualidades de Tye Sheridan ya sabíamos gracias a “El árbol de la vida”, pero hay que destacar también el meritorio desempeño de Jacob Lofland en los siempre complicados papeles secundarios. Sam Shepard completa el excepcional sustento interpretativo de “Mud”.

En definitiva, tenemos ante nosotros a una película que amenaza con mejorar con el paso de los años y es que uno acaba con la sensación de que hay mucho más por descubrir en ella de lo que se capta en un único visionado. ¿Y si está llena de códigos encriptados esperando ser descubiertos? Los años lo dirán. Hasta entonces, tenemos una historia de aventura, venganza y amor que en ningún momento da la espalda a la exploración y el conflicto de valores, la madurez o la lucha incesante por conseguir lo que uno quiere. Quizás lo peor sean “los malos”, poco creíbles y presumiblemente poco desarrollados, pero probablemente su papel no sea tan importante como pueda parecer. Y menos en el contexto de una exquisitez de película como “Mud”.

Comienza la cinta con la voz en off de Sluizer comparando su película con una silla de dos patas a la que le han añadido una tercera que sirve para que se mantenga en pie. Conclusión: a esta silla le falta una pata.

Lo primero que piensa uno cuando termina el visionado es que después de veinte años, bien podía el cineasta nacido en Francia haber adaptado el guión de su obra y presentarnos un taburete acabado en vez de una silla coja. Faltan escenas importantes desde el punto de vista espiritual del film, desde el de su concepción original y seguro que desde el de la intensidad interpretativa hubiesen sido de las más brillantes. Pero no me parecen tan imprescindibles desde la perspectiva argumental.

En fin, tenemos lo que tenemos y debe valorarse como un producto terminado que es como se ha presentado. Y opino que es un trabajo con mucha dignidad. Su desarrollo es coherente y ágil. Si acaso, un tanto lineal. Pero sólido. Me han gustado el planteamiento y la intención, Pryce, Davis y Phoenix. El excepcional trabajo de fotografía se ve potenciado por un paisaje increíble. Sí echo en falta, sobre todo al principio, acompañamiento musical de algunas escenas, pero resulta una película muy visible en su conjunto.

Es cierto que se le observa cierta desnudez y que quizás los mimbres daban para algo más. En cualquier caso, pensar que el destino de esta cinta iban a ser las llamas le da un valor incalculable. Si bien su trabajo podría haber sido mejor, al menos a Sluizer siempre le quedará el orgullo de haber salvado Dark Blood, película que jamás podrá ser descontextualizada.