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Críticas de José Manuel León Meliá
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
4
20 de julio de 2016
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Loable intento emprendido por el actor y guionista, Don Cheadle, para acercarse a la figura mítica del jazz norteamericano, Miles Davis. Su propuesta no carece de ambición, tanto en la elaborada puesta en escena como en la búsqueda de una fotografía, muy setentera, por otra parte, para ubicar al genial músico. La película, me da la impresión, que rehúye de la convencional y típica biopic al uso. Aun así, se escoge algunos pasajes de su vida, no muchos, para perfilar, no logrado del todo, la magnitud y trascendencia del trompetista.
No es lo mismo que el personaje salga a las calles de Nueva York y sea reconocido por su admiradores y lo definan con frases tan moneseadas y vulgares como “Ohhhhh, mira, es Miles Davis” que hacer un recorrido más o menos pormenorizado de su trayectoria artística definiendo la importancia de su contribución, en este caso, en la música.
Cuando arranca el filme, Miles (Don Cheadle) es ya famoso y personalidad reconocida. Se le está haciendo la grabación de una entrevista. El redwind de la máquina sitúa al espectador en un período y momento de su vida convulso y conflictivo. Desde la compañía discográfica, Columbia, se le exige la entrega de su nueva y revolucionaria sesión de trompeta tras cinco años de prolongado silencio. Este hecho da origen a un breve y poco esmerado retrato de Miles, de comportamiento hosco, amargado y conflictivo. Sumido en drogas y alcohol, además de desorden mental y atribulado por la responsabilidad creativa, da una imagen caótica, decadente y negativa, cuya desfachatez se agiganta con la presencia de un reportero de la revista, Rolling Stone (Ewan McGregor) y su inmersión en una disparatada, alucinada y casi surrealista peripecia de robo de una cinta que conserva su nueva y rompedora grabación en manos de unos desalmados y facinerosos elementos vinculados al negocio discográfico.
Esta aventura nocturna y rocambolesca, que ocupa gran parte del metraje, que más bien parece anecdótica y sin mucha trascendencia, dibuja un panorama de hampones sin escrúpulos, garitos de variado pelaje y una fauna noctámbula que al contrario de las películas de los años 70 parecen un patético decorado algo impostado que ni tan siquiera alcanza el nivel de “personaje”, como ocurría con el paisaje, de gran fuerza descriptiva, de aquella época. Este alocado descenso a los infiernos, en el que Cheadle y Mcgregor participan, se alterna con retazos del pasado de Miles, su aparición en locales de música y el romance con Frances Taylor, su novia y, más tarde, esposa, con la que tiene momentos violentos. Pero, a mi juicio, absolutamente nada de lo que se refleja en la pantalla conviene recordarlo sino como flashes puntuales que apenas ilustran el momento en el que Miles estaba en la cresta de la ola. Miles es un personaje con un glamur venenoso y antipático, y me sorprende el por qué de contar el relato desde la perspectiva del ocaso de un magnífico músico (tenía una considerable formación musical) justo en el instante que pretendía renacer con una sesión de su talento al margen de lo que podría esperarse de su estilo.
Filme epidérmico que desea escarbar en las partes más sombrías y oscuras del personaje y que por el tono elegido para contar la película no es una “boutade” considerarla casi un filme de género negro, desenfadado y burlesco, que una biopic ceñida a su esquema tradicional. Una pequeña decepción que no empaña, sin embargo, el excelente y mimético trabajo de su intérprete principal, Don Cheadle, un sobresaliente, Miles Davis, con trompeta o sin ella.
José Manuel León Meliá
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6
21 de julio de 2016
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
No voy a descubrir a estas alturas la talla como cineasta de Giuseppe Tornatore. Su nombre, indefectiblemente, se asocia, se quiera o no, a uno de los grandes hitos de la Historia del Cine, “Cinema Paradiso”, la entrañable y emotiva historia de fascinación y descubrimiento de un niño embelesado por el poder de las imágenes del cinematógrafo y seducido por la imperial y humana lección de sencillez y honestidad otorgada por un proyeccionista de cine. Philipe Noiret estaba inmenso. Pletórico. Se comía la pantalla y devoraba a su personaje. Lo que transmitía era pureza y espiritualidad, en tiempos complicados, rugosos y feos, que gracias a la magia del cine, sobre todo norteamericano, y la amistad (a modo de padre) entre el adulto y el chaval, conquistó, por qué no decirlo, el corazón de muchos espectadores. De la misma manera, y salvando las distancias, que en 1972, el añorado y tristemente desaparecido prematuramente, François Truffaut, nos regalara, pese a su propensión al nostálgico y edulcorado anecdotismo de un rodaje de un filme en la estupenda, “La noche americana”, “Cinema Paradiso”, fue, en un tono poético y gracioso, un vivaz y melancólico homenaje a la vida y a las películas, siendo las cintas las que ayudaban, y de qué manera, a soportar y trasegar los rigores impuestos por una vida canalla y amarga que Tornatore quiso verla y ofrecérnosla sin las negruras groseras de la tragedia y el desaliento.
Ahora, tras el grato y, a la vez, sibilino, recuerdo que me dejó su anterior producción, “La mejor oferta”, con un anticuario/tasador, talludito, interpretado por perspicaz tono decadente por ese pedazo de actor que es, Geoffrey Rush, que se enfrentaba, como en tantos otros filmes de Giuseppe Tornatore, a un venenoso encantamiento por parte de la misteriosa, Sylvia Hoeks, llega a la pantalla grande su último trabajo, “La correspondencia”, envuelto también, como no podía se de otra manera, no sólo por un halo de romanticismo a la vieja usanza, sino que vuelve a dibujar a una pareja de amantes cuyas edades recuperan el eslogan “otoñal”.
Olga Kyrilenko, que, por cierto, está guapa, bella y sexy, además de atormentada, interpreta a Amy, una joven alegre y feliz, estudiante en la universidad, que en sus ratos libres actúa como especialista de escenas de acción en las filmaciones de películas. Está unida sentimentalmente a Ed, un fuera de serie, Jeremy Irons, profesor de astrofísica en la universidad, erudito, enamorado de las estrellas del firmamento y loco de amor por Amy. Forman una pareja atractiva y con mucho encanto. El carisma de Ed y su elevada cultura cautivan a una mujer deseosa de aprender y amar. Nada entre ellos se interpone. En la primera secuencia, que sucede en un hotel, les vemos arrullados, dichosos y ufanos. Se despiden con la promesa de volver a verse en cuanto Ed cumpla con sus compromisos de agendas.
Pero Ed fallece. Estaba enfermo. Amy se hunde y se muestra desconsolada y aturdida por el acontecimiento inesperado. Se queda, en un sentido figurado, muerta/matada. Podría pensarse que a los 10 minutos de inicio del metraje la película se ha terminado. Pues no. Todo lo contrario. Resucita, no el personaje de Ed,indudablemente, sino el misterio y la intriga. ¿Por qué? Muy sencillo. Ed, un tipo cabal, inteligente, ha organizado, aprovechándose de las nuevas tecnologías en mensajes y redes sociales y con la participación de otras personas (repartidores, abogados, albaceas, etcétera), una serie de avisos, comunicaciones, fraguadas de tal modo, que Amy, aparte de alarmada, a la vez que inquieta, comienza a recibir esos “recados” como si sintiera la presencia de Ed, como si no hubiera desaparecido.
Los mensajes, a los que alude el título del largometraje, “la correspondencia”, activan, como si de una gincana se tratara, o una especie de juego de pruebas que hay que completar sin fallo alguno para recibir el premio final, que mueven, con bastante emoción, al principio, contenida, luego, fascinada, a Amy, por varios lugares. Del corazón roto y el destrozo emocional, muy bien matizado por Olga Kyrilenko (vuelvo a repetir, está inconmensurable), se pasa a una curiosa y sorprendente “road movie” sentimental que va completando una especie de “testamento” o “últimas voluntades” de Ed (pese a estar fallecido, lo vemos a través de las pantallas del ordenador, sus memos en el móvil) que conducen a Amy a experimental sensaciones un tanto contradictorias (visita a su madre con la que no se lleva bien; se ve con la primera esposa de Ed y su hijo) que hacen que el filme, más allá de las alusiones a las estrellas y a la galaxia (el punto intelectual y científico de la película), tenga una propuesta de suspense. Que avanzamos y acompañamos a Amy de un lado a otro. Incluso se puede sufrir cuando Amy no acierta con el número de veces que debe pulsar determinada palabra en el Iphone. En fin; lo que pude parece una cursilada o ñoñería quiero que tiene mimbres más sólidos y bonitos para considerar “La correspondencia” como un filme curioso y elaborado, para nada baladí y efímero. Tiene algunos elementos o incursiones para descarrilar y convertirse en un paseo por el amor y la muerte artificioso. Pero no es así. Es una película que te enamora porque los personajes están verdaderamente enamorados.
José Manuel León Meliá
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6
12 de julio de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adan y Carla, los personajes del filme, como tantas otras figuras del cine australiano, viven en medio de la nada en un paraje boscoso y tienen el infortunio de ser amenazados por dos tipos de bestias. La primera es una criataura bien vestida pero insultantemente grosera, un empleado de la entidad financiera reclamándole los recibos impagados de su préstamo. La segunda, no por inesperada es más letal, una manada de perros salvajes muy voraces que acechan a la familia en momentos terribles. "The pack" es un filme de terror australiano que no defraudará a los incondicionales del género. Resulta minimalista y funcional. Los ataques de los bichos tienen un matiz artesanal, sin forzar los efectos digitales, consiguiendo una atmósfera realista. La moraleja es fácil: la familia si permanece unida jamás será vencida. Muy correcta.
José Manuel León Meliá
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7
26 de julio de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda una de las películas más raras, extrañas y, a la vez, sorprendentes. Y, además, no sabría como calificarla. Como atacarla y poseerla, tal es la hipnosis que desprende y la extravagante relación de poder y sumisión que entablan, Cynthia, la dueña de la casa y aficionada a la entomología, y, Evelynn, la supuesta criada y tal y como se ve en el filme, chica para todo, hasta para los más inesperado.
Una primera y apresurada lectura de “The duke of Burgundy”, si no se entra en su intrigante y decadente atmósfera, puede suponer un alejamiento indeseado e inconsciente de su enrevesado y apesadumbrado clima. Tampoco es que su guionista y realizador, Peter Strickland, ponga el asunto de manera fácil y amena, al alcance de cualquiera. Complica, y de qué manera, su enfermiza y obsesiva forma de conformar la amistad, si se puede entender así, entre dos mujeres en la que se impone una cuidada jerarquía, que obliga, por lo tanto, a distinguir los roles en función del estrato social.
Evelynn, doy por hecho, que es una especie de doncella. A la vez amante de Cynthia. Varias veces acude a la casa y siempre es recibida por su propietaria y ama con la misma actitud, reprochándole que llega tarde. Es muy importante prestar atención al mobiliario y a las paredes de la mansión, adornadas y repletas de insectos atrapados con alfileres, seguramente, metáfora y alegoría de sus vidas, que por lo que parece, y pese a los castigos que Cynthia ordena a Evelynn, son inseparables, en lo bueno como en lo malo. En lo bueno, porque ambas se necesitan y ayudan. Se acuestan y tienen sus desahogos sexuales. En lo malo, porque Evelynn debe someterse a unas disciplinas rígidas e insoportables, que sólo una mujer masoquista y que aguanta todo es capaz de soportar, sobre todo los asuntos relacionados con las braguitas de la señora, que a modo de fetichismo le echa en cara que siempre se deja una de sus mejores prendas sin enjabonar.
Otro elemento presente en la narración son los ruidos, muy elaborados, y determinadas fugas del contexto habitual del interior de la casa en la que las dos mujeres acuden a plomizas sesiones de entomología que explican determinados comportamientos de los insectos en los que a buen seguro habrá una relación que a mí se me escapa.
No es fácil de ver “The duke of Burgundy”. Es un filme posesivo e ingrato. No da muchas pistas acerca de los sentimientos de los personajes, que con el transcurrir del metraje da la sensación de ser tal para cual. Una no existiría si no existiera la otra. La claustrofobia y las claves sexuales, mucho más poéticas que explícitas, añaden un halo de misterio casi grotesco, de sexualidad un tanto pervertida pero sin llegar a la paranoia, como si se tratara de mujeres aisladas que han creado un mundo con unos peldaños establecidos y que parecen sentirse cómoda y a gusto en esa tesitura. La palabra hombre, creo recordar, que no aparece para nada. El trabajo musical, de fotografía y puesta en escena es muy elaborado. Como digo, no es un largometraje baladí, sino algo más profundo y enrevesado, para nada convencional, que aturdirá o descolocará a más de uno.
José Manuel León Meliá
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6
12 de julio de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un agudo drama existencial, muy coqueto formalmente, que explora las perturbaciones de la mente y reflexiona acerca de la huida del bienestar social y económico como repulsa a un mundo al que no quiere pertenecer el personaje de Davis, magníficamente encarnado por Jake Gyllenhaal. No resulta del todo descarnada y furiosa. Hubiera estado pletórica si Davis Mitchel hubiese descendido a los infiernos por una vía más caótica y cruda, al estilo de Richard Gere en "Time out of mind"; pero en vez de saborear y masticar el fracaso absoluto se encuentra a Karen Moreno (Naomi Watts), que actúa como una mujer necesitada de un cambio. Jean-Marc Vallée se muestra como un cineasta encaprichado por criaturas al límite, que cruzan a posiciones en permanente conflicto, mientras buscan dilucidar qué demonios quieren hacer con sus vidas.
José Manuel León Meliá
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