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Críticas de miguelnavas
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
8
27 de junio de 2014
25 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos directores en España ofrecen productos tan arriesgados y novedosos como Nacho Vigalondo. En Los Cronocrímenes (2007) presentó ante el espectador una interesante paradoja temporal en la que un hombre intenta huir de un misterioso personaje con la cara vendada, para llegar a un laboratorio donde encuentra una máquina que le permitirá volver atrás en el tiempo; cuatro años después llegaba Extraterrestre, su segunda película, con una mayor carga cómica, en la que dos desconocidos despiertan en una casa que les es completamente ajena, pero no pueden salir porque hay OVNI sobrevolando la ciudad.

En esa misma línea de lo novedoso y arriesgado se encuentra su tercer largometraje, el primero rodado en inglés, Open Windows, en el que vemos a Nick (Elijah Wood), un chico que ha ganado un concurso para conocer a Jill Goddard (Sasha Grey), su actriz favorita. Pero cuando la cita entre ambos es suspendida entra en escena Chord, una hacker que le ofrece a Nick la posibilidad de espiar a su ídolo en la más estricta intimidad.

De esta forma, Vigalondo vuelve a llevar a la pantalla grande el voyeurismo que ya explotó Hitchock con La venta indiscreta (1954) o Peter Weir en El show de Truman (1998), pero potenciado con las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, un peligro del que ya advirtieron series como Black Mirror.

Pero estos elementos ya de sobra conocidos, se mezclan a la perfección en la mente del director cántabro para ofrecer una película diferente y excitante, dentro de ese estilo tan característico de Vigalondo que, por algún motivo, no termina de gustar en España, a pesar de arrasar en el extranjero.

Rodada en tiempo real, Open Windows nos mete de lleno en la piel de una fan que de pronto se ve envuelto en una situación que le supera, pero que a la vez le atrae y al igual que ocurría en la cinta de Hitchcock, pronto Nick cambiará su papel de pasivo observador por uno más activo, puesto que la vida de su querida Jill corre peligro.

Precisamente el hecho de estar rodada en tiempo real es uno de los factores que llevan al espectador a sumergirse de lleno en la historia. Desde los primeros minutos nos encontramos en la pantalla del ordenador de Nick, y de ahí no saldremos hasta el desenlace de la trama.

Lo que en otras películas serían cambios de planos o fundidos a negro, aquí se sustituyen por apariciones de ventanas en el PC y movimientos de la cámara para captar esa ventana. Se crea así un ritmo muy rápido que nos obliga a no perdernos detalle, a la vez que nos transmite la sensación de asfixia y nerviosismo de Nick, al verse obligado a cumplir las órdenes de alguien que, sin saber cómo, se ha adueñado de su ordenador.

Aunque esto también supuso un gran problema para el equipo técnico. Los 100 minutos que dura Open Windows son solo una parte de las siete horas totales de metraje, además hay que tener en cuenta que cada ventana suponía una grabación independiente, pero a su vez coordinada con el resto, y hay momentos en los que la pantalla llega a tener más de cuatro de estas. Todos estos factores obligaron a que la posproducción se prolongase durante un año y retardase el estreno de la película.

Mención aparte merece el guion, escrito también por Nacho Vigalondo y que escapa a cualquier intento del espectador por descubrir el final. Además, como ya ocurrió en Los cronocrímenes, durante la trama encontramos pequeños detalles que nos dan pistas sobre el desenlace pero que, obviamente, son muy difíciles de relacionar durante el transcurso de la película. Por otro lado, la cinta parece refrescarse periodicamente, pues cada cierto tiempo encontramos un nuevo elemento que hace avanzar un poco más esa relación entre voyeurismo y tecnología, como sería el pinchazo a la webcam o las incámaras ping-pong.


Uno de los factores más controvertidos a la vez que atrayentes de Open Windows fue la aparición en ella de Sasha Grey. Muchos todavía la veían como una actriz de cine para adultos, y creían que su papel en la película de Vigalondo sería el mismo de siempre, sin embargo la californiana ha demostrado que su talento va más allá del cine pornográfico, algo que ya demostró en The girlfriend experience (Steven Soderbergh, 2009).

No obstante, el papel de Jill Goddard parece estar pensando para Sasha Grey, aunque Vigalondo ha admitido en varias ocasiones que no es así, sino que creó al personaje y luego buscó a la intérprete. El erotismo que despierta la actriz entre el público masculino, es el mismo que despierta su personaje en Nick (y por extensión también en los espectadores), llegando a fusionarse ambos en el momento culmen de la cinta, cuando Jill se desnuda para su acosador.

Crítica escrita originalmente para CINE VAVEL (Twitter: @CINE_VAVEL)
miguelnavas
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Naruto: The Last Movie
Japón2014
5.9
613
Animación
4
16 de enero de 2016
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué sentido tiene hacer una película basada en un manga que ya has adaptado al anime? La respuesta lógica sería profundizar en algunos aspectos que por distintos motivos el manga no ha podido presentar. Así, la primera película de Pokemon, servía para presentar a Mewtwo, un pokemon que difícilmente podría entrar en el anime, pero que sí aparece en el videojuego; del mismo modo, One Piece 3D2Y, explicaba qué había pasado durante los dos años del timeskip del manga de Eiichiro Oda.

Esa ha sido siempre mi motivación para ver películas basadas en el manga, encontrar algo extra, algo que sirviese para completar la historia original, es por eso que decidí ver The Last: Naruto the movie (Tsuneo Kobayashi, 2014), una película estrenada después de que Masashi Kishimoto acabase su obra.

Esta película da comienzo al proyecto El inicio de una nueva era, una serie de películas con las que conmemorar el 15º aniversario de la franquicia, así como su final. Además, es la primera adaptación canónica al cine, ya que el propio Kishimoto siguió muy de cerca su desarrollo, participando en el diseño de personajes y la elaboración de la historia. Junto a esta, el proyecto incluye una obra de teatro, una exposición, algunos ‘databook’ y una segunda película, en la que el hijo de Naruto es el protagonista, en un intento de dar continuidad a la saga ninja y abrir las puertas a una nueva franquicia.Era lógico pensar que The Last serviría como epílogo a las aventuras de Naruto y daría comienzo a las de su hijo.

Nada más lejos de la realidad. La película comienza dos años después de la Cuarta Guerra Shinobi, como una especie de timeskip, donde vemos a todos los personajes con un matiz más adulto, lejos de las características adolescentes, incluso pueriles, que presentaban en el manga.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
miguelnavas
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6
30 de mayo de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Juventud, divino tesoro' escribió Rubén Darío. 'Ya te vas para no volver', continúa. Pese a todos los problemas que conlleva la adolescencia, es una época irrepetible. Sin responsabilidades ni problemas, el ser humano se siente libre para actuar, para vivir, en definitiva para disfrutar antes de que la juventud se marche y llegue la edad adulta.

En esa época de libertad casi absoluta se encuentra Jay (Maika Monroe), una chica que con la mayoría de edad recién cumplida, está dispuesta a perder la virginidad con su novio en la parte trasera del coche, como buenos estadounidenses.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
miguelnavas
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9
10 de abril de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de media vida encima de los escenarios haciendo reír a grandes y pequeños, hombres y mujeres, el malagueño Dani Rovira da el salto a la gran pantalla de la mano de Mediaset (quien ya le había llevado a la pequeña en B&B). Junto a él se encuentra Clara Lago, una actriz que está lejos de ser una novata, pues entre televisión y cine suma más de una veintena de papeles, por mencionar algunos podemos citar Fin (Jorge Torregrossa, 2012), Primos (Daniel Sánchez Arévalo, 2011) o la serie Compañeros.

Sin duda, dos actores completamente distintos, al igual que sus personajes. Rovira interpreta a Rafa (o Antxon), un sevillano que, tras una noche de amor, pierde la cabeza por una Amaia (Clara Lago), una vasca que desaparece al día siguiente dejando, cual Cenicienta, su bolso en el camino. Rafa, convencido de que ella es el amor de su vida, decide atravesar España para devolverle sus cosas y pedirle que se case con él. Pero las cosas no son fáciles para un andaluz en el País Vasco.
El reparto lo completan Carmen Machi como la madre del novio, y Karra Elejalde como el padre de Amaia. Todos ellos dirigidos por Emilio Martínez Lázaro.

Romanticismo y comedia

La película tiene dos vertientes completamente diferenciadas: por un lado está la historia de amor entre Rafa y Amaia, mientras que por el otro encontramos la parte cómica, llevada magistralmente por Dani Rovira.

Existe una clara diferencia entre ambas partes, no solo por tratarse de géneros distintos. La primera, la romántica, es lo que ya hemos visto en cientos y cientos de películas, baste como ejemplo el hombre enamorado (aquí Rafa) que recorre medio mundo y hace el más difícil todavía para conquistar a la chica (Amaia) que en principio no quería nada con él.

Mención aparte merece la vertiente cómica de Ocho apellidos vascos. Curtido en mil batallas, Dani Rovira mezcla a la perfección el papel de sevillano amante de su tierra que se ve aterrado ante la idea de subir al norte, donde todo es extraño para él, con el de bromista y animado que tanta fama le ha dado.

Vascos y andaluces

Todo parece indicar que algunos chistes van a herir a algunas personas. El conflicto vasco no está precisamente en su mejor momento y la imagen que tiene Rafa de ellos no es la más adecuada para solucionar el problema. Desde el punto de vista del protagonista, los vascos son gente bruta y terca, de hecho, según él, su hobbie favorito es el de tirar piedras.

Algunos dirán, y con razón, que la visión que se da de los vascos aquí es completamente estereotipada. Pero ese argumento se viene abajo cuando vemos a los andaluces. Rovira sabe reírse de sí mismo y de su tierra al encarnar al sevillano típico, amante de la Semana Santa, de las sevillanas y de El Rocío, sin que falte por supuesto el acento andaluz. Así que una de cal y otra de arena, mientras que los vascos se nos presentan como unas personas (temas independentistas aparte) que te acarician y te dejan marca, los andaluces aparecen tal y como se ven fuera de sus fronteras, como amantes de la fiesta y de la pereza. Ninguna de las dos imágenes se corresponde con la realidad.

La autoparodia del pueblo vasco y sus tradiciones y aficiones hará que muchos recuerden de Vaya semanita, el mítico programa de ETB, quien también colabora en la producción de la película, y no es extraño pues los dos guionistas, Borja Cobeaga y Diego San José, comenzaron su andadura en el mundo de la audiovisual en dicho programa. De ahí los continuos chistes al Athletic (Clemente es uno de los ocho apellidos que escoge Rafa o Antxon en este caso), a la pilota o a la fuerza sobrehumana de los vascos, características todas ellas presentes en el espacio presentado por Andoni Agirregomezkorta.

Poco más que decir, salvo que Ocho apellidos vascos cumple como comedia y hará pasar un buen rato a los espectadores, pero como película romántica no aporta nada nuevo ni sorprendente, ni siquiera el final que, como es lógico, aquí no vamos a desvelar, pero no es muy difícil imaginarlo.

Crítica originalmente escrita para Cine Vavel (@Cine_VAVEL).
miguelnavas
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7
28 de febrero de 2015
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos conocemos al Kevin Smith de Clerks, aquella cinta que hace más de dos décadas nos demostró lo divertido que puede llegar a ser trabajar en un día libre.

La película, rodada con un presupuesto minúsculo, se convirtió rápidamente en un título de culto que elevó a su director y guionista a lo más alto del cine independiente.

En los años posteriores llegaron Persiguiendo a Amy (1997), Jay y Bob el Silencioso contraatacan (2001) o Una chica de Jersey (2004), o las sucesivas secuelas y spin-off de la ópera prima de un director que nunca consiguió recuperar el nivel de su primer trabajo.

La película se convirtió en un título de culto que elevó a su director y guionista a lo más alto del cine independiente.

Afortunadamente, Kevin Smith supo reinventarse y comenzó a experimentar con otro tipo de cine, surgiendo así títulos como Dogma (1999) o Tusk, su regreso al cine de terror después de Red State (2011).

En esta ocasión tenemos a Wallace Bryton (Justin Long), un locutor de podcast que viaja a Canadá para entrevistar a Howard Howe (Michael Parks), un anciano con una vida llena de aventuras. Pero su existencia comenzará a peligrar cuando su compañero trate de sacar su lado más animal, al convertirlo en una morsa.

Entramos así en un relato que mezcla lo mejor de The Human Centipede (Tom Six, 2009) y Misery (Rob Reiner, 1990), con un científico demente que secuetra a un joven inocente con la intención de experimentar con él y desafiar las leyes de Dios.

Pero la cabra siempre tira al monte y por eso Smith es incapaz de renunciar a su esencia y a lo largo de los 102 minutos que dura Tusk, nos encontramos con algún que otro chascarillo al más puro estilo del director de Nueva Jersey.

Tusk quizá no sea la mejor película de terror, ni lo más destacable de Kevin Smith, pero sí que es una interesante propuesta dentro de un mercado cada vez más saturado y repetitivo.

El director demuestra que todavía le queda algo de aquel joven que en 1994 sorprendió al jurado del Festival de Sundace, ofreciendo una cinta terror en la que se mezclan diálogos ágiles con humor inteligente, y todavía queda espacio para hablar sobre el amor.
miguelnavas
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